Harto de mí

Me encanta ser una incógnita, un tipo anónimo al que le sienta bien el azul de la mascarilla de pandemia con gafas de sol oscuras. Soy sin ser. Puedo espiar a la gente, analizar sus andares, sus expresiones y su forma de representar el papel de sus vidas. Me siento invisible y me gusta. Por la calle, nunca nadie me pregunta nada, pero aquel día en el autobús me hicieron la pregunta que menos esperaba.

—¿Es Vd. José Galindo? —me interrogó un perfecto desconocido, invadiéndome con su cara aprovechando un ligero frenazo.

—Sí. Soy yo. ¿Nos conocemos?

—No, pero he leído su libro.

—Disculpa… Te estas equivocando. Yo no he escrito nada en mi vida.

—¿Pero te llamas José Galindo?

—Sí, pero ese no soy yo… Yo soy otro… Yo soy… ¡yo! O sea… otro.

Al parar el autobús, el tipo se despidió enfadado despidiéndose con un “vale, hasta luego”, como si nos fuéramos a ver de nuevo. Me quedé pensando en la casualidad de que hubiese adivinado mi nombre con la mascarilla y las gafas de sol.

Llegué a mi parada y antes de desembarcar el segundo pie, una mujer me desveló como si estuviera viendo a un fantasma:

—Eres José Galindo… ¿A que sí? Un libro curioso, pero hay una cosa que no me gusta…

—¡Perdona, perdona…! ¡Que yo no soy ese! ¡Que soy otro!

—¡Sí es! ¡Es él! —gritó una voz contra la que ni me detuve a descubrir su rostro.

Corrí preocupado, como si me persiguiese mi fantasma. Algo raro estaba pasando. No sabía si quitarme las gafas de sol. La mascarilla no debía.

—¿Podrías firmarme el libro? —me asaltó repentinamente un joven y aterrador eco.

Sin responder, me escabullí entre inanimadas callejuelas como un espectro acosado. Escuchaba voces lejanas que se iban acercando y cuanto más corría más se acercaban. Y al doblar una esquina… de bruces contra el silencio. Un grupo de siete o diez personas mirándome extasiadas.

Intenté desaparecer en sus miradas de extraño asombro. En la emboscada identifiqué al individuo del autobús. Él debía de haber organizado aquella encerrona. Esta vez me alejé despacio, pero nuevamente alguien me cortó el camino preguntándome justo lo que me temía:

—¿Eres tú José Galindo?

—¡No! —grité con rapidez—. Yo soy Pepe.

—¿Pepe Galindo?

—Sí, pero no.

—¿Eres o no eres?

Ante mi desconcierto, alguien se atrevió a gritar:

—¡Sí es! ¡Gracias por venir!

—¡Yo no he venido! —exclamé, aunque sonó raro— Yo… yo… pasaba por aquí, pero ya me voy.

—¡No puedes irte Pepe! La presentación es ahora.

—No sé de qué presentación hablas. A mí me están esperando.

—¡Claro! Te esperamos para la presentación de tu libro —dijo señalando el cartel en el escaparate de una librería.

—¿Libro? Yo no he escrito ese libro.

—¿Pero eres José Galindo?

—¡Que nooo! ¡Yo no soy ese! ¡Soy otro! ¡Lo juro! ¡Lo juro!

Libro "Relatos Ecoanimalistas", portadaEntonces el cartel me despejó los ojos: “HOY: Presentación del libro Relatos Ecoanimalistas de José Galindo”. Había una foto del escritor… con mascarilla azul y con mis mismas gafas de sol baratas. “¡Qué guasón, el cabrón!”, fue lo que pensé.

Nunca antes había ido a la presentación de un libro y me quedé para conocer a mi doble. El acto lo empezó leyendo el relato de un fantasma. La voz atenuada por la mascarilla me transportó a la memoria de mi ya casi olvidado padre. Cuatro aplausos desordenados me despertaron. La gente se apresuró a felicitarle por compromiso y a abandonar la librería. El autor se quedó mirándome, como si esperara algo. Yo me acerqué y le conté lo que me había pasado por su culpa. Él se hartó de reír y quiso regalarme un libro.

—Gracias, pero yo no leo.

—¿Ni siquiera vas a leer “tu“ libro?

—Gracias, pero no.

—Está bien —me dijo comprensivo—. Escribiré algo que no podrás dejar de leer. Y lo leerás en Internet.

Y el cabrón tenía razón. Lo leí. Justo como lo estás haciendo ahora tú.

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