Dos futuros posibles tras una pandemia

Futuro UNO: Distopía en el año 2053

Plantar un huerto en un balcón es posible, fácil, rentable, ecológico y satisfactorio—Mi padre me contó que mi abuelo murió en el año 2020 —aseguró aquella mujer de enjuto cuerpo.

—¿Por qué estás tan segura? —preguntó su hijo con la curiosidad de un preadolescente.

—Era una historia que a mi padre le gustaba contar. La historia del coronavirus. Yo era pequeña cuando pasó y no me acuerdo, pero según mi padre en China se contagiaron de un virus por comer animales salvajes. Era un virus muy contagioso y aunque su tasa de mortalidad no era elevada, murieron muchas personas. Mi abuelo se contagió y murió. Era una persona mayor. Tenía sesenta y tantos años, aunque en aquella época la gente vivía fácilmente hasta más de los ochenta años.

—¿Y ahora? ¿Cuántos años vivimos las personas? —inquirió clavando la mirada en su madre.

—Pues… no lo sé —contestó ella humildemente—, pero ahora es complicado llegar a los sesenta. Casi nadie los supera.

—¿Por qué?

—Son muchas las causas. Una de ellas son los virus. Al virus que mató a mi abuelo lo llamaron COVID-19 y aún sigue mutando y matando. Luego vinieron otros virus. Pero eso no es lo peor. Lo peor fue el colapso ambiental. Desde entonces todo fue a peor. Antes teníamos agua en las casas, no había que acarrearla y era agua limpia. Internet funcionaba 24 horas al día y más rápido que ahora. Lo usábamos para gran cantidad de cosas. Muchas de esas cosas eran tonterías bastante prescindibles.

—¡Me encantaría tener Internet todo el día! —exclamó el muchacho estirando la espalda.

—Y a mí… desde la caída de Internet se ha perdido mucha información por todo el mundo. Muchos datos se han perdido para siempre. Afortunadamente, nuestro vecino nos deja usar Internet durante la hora en la que abren el acceso a nuestro barrio. Antes había muchas cosas que ver en Internet: vídeos, películas, libros, documentales, enciclopedias, juegos…

—¿Era posible jugar? ¿Y ver películas completas? ¡Guau! ¡Con la de megas que tienen! Seguro que inventan algo pronto para poder ver películas de nuevo.

—La ciencia y la tecnología son incapaces de resolver los grandes problemas. La cuestión de ver películas por Internet ya está resuelta. Lo que no está resuelto es el problema de la falta de materiales y energía y de la contaminación que produce extraer esos recursos.

—Es que… ¡vamos para atrás! Se ha pasado de usar Internet a escuchar la radio… Bueno, mamá, pero… ¿qué ibas a contar de la muerte de tu abuelo?

—¡Ah! Pues eso, que hubo una pandemia de un virus que llamaron COVID-19. Toda la gente tuvo que estar encerrada en su casa más de dos meses. Mi abuelo se contagió y murió. A la gente le parecía mucho estar encerrados tanto tiempo. En cambio ahora, si lo sumas, tenemos que estar encerrados más meses al año. Cuando no es un virus, es la contaminación. Como el petróleo es un artículo de lujo, ahora queman carbón o plásticos, que es peor. Y está lo de la antigua central nuclear con el sarcófago viejo, que suelta radiactividad cuando menos te lo esperas.

—¿Antes no se quemaba carbón?

—Sí, por supuesto, pero se redujo su uso por la contaminación y por el precio de las renovables, que era mejor. La transición energética no se planificó. El despilfarro desencadenó una crisis de energía y el colapso económico fue inevitable. Lo has estudiado en el colegio, ¿no?

—Sí… bueno… algo —contestó titubeando.

—Para salir de la crisis dieron ayudas a las empresas más contaminantes como las que fabricaban automóviles. Todo un despropósito que nos hundió aún más cuando llegó otro virus.

—¿Otro virus? —cuestionó el joven arqueando las cejas.

—El virus del año 2031 fue mucho más agresivo, porque la contaminación ya había afectado al sistema respiratorio de muchas más personas. La mortalidad en las ciudades fue altísima. Los médicos decían que moría más gente por la contaminación que por el virus. Pero no aprendimos nada. Al año siguiente, hicimos lo mismo que con el virus de 2020. Los gobiernos incentivaron la economía para intentar volver al ritmo de producción y consumo anteriores. El objetivo siempre fue el crecimiento económico en detrimento de la salud y del medioambiente. Crecer y crecer, y que unos pocos ganaran mucho.

—¿Hubo más virus antes del de ahora?

—Por supuesto. Es algo que pasa regularmente. En 2042 vino otro virus. Ese no fue tan agresivo como el anterior, pero se llevó a mi padre. No sé lo que estamos haciendo, pero lo estamos haciendo mal.

—Mi abuelo y mi bisabuelo murieron por virus… —susurró el preadolescente con tono pensativo mientras cogía un plátano del frutero.

—Y una de tus abuelas también. Ahora estamos confinados en casa otra vez y sabemos que morirá mucha gente. Hemos aprendido a cultivar vegetales en casa. Antes no lo hacía casi nadie. Ahora todos somos campesinos pero se sigue comiendo demasiada carne. ¿Ves ese plátano que te estás comiendo? Antes se vendían en muchas tiendas. Ahora es un artículo de lujo. Saboréalo bien pues no volveremos a comer plátanos en mucho tiempo. ¿Ves la cáscara del plátano? Antes lo tiraban a la basura y un camión se lo llevaba para enterrarlo en un vertedero.

—¿En un camión? Eso es imposible. Es muy contaminante y caro. ¿No compostaban los residuos orgánicos?

—Aunque no te lo creas, compostar en casa es algo muy reciente. La gente consumía sin pensar en las consecuencias. Y ahora nosotros estamos pagando la factura. Nosotros compostamos y usamos el abono en nuestro huerto casero. Hace veinte o treinta años prácticamente nadie compostaba ni plantaba verduras en su balcón. La basura se enterraba y ahora la gente va a los basureros para recuperar plástico. Afortunadamente, el otro día pude traerme algo del huerto comunitario… unos vándalos, lo asaltaron y destrozaron casi todo… La policía ya no tiene autoridad, el país se va a la ruina…

La mujer agachó la cabeza y su labio empezó a temblar, tal vez de rabia. Su hijo la sacó de ese estado con unas preguntas encadenadas:

—Mamá, ¿antes no tenían huertos en la ciudad? ¿Todo se compraba?

—Todo. Ahora no puedes comprar casi nada… quebraron los bancos y el dinero apenas tiene valor. El sistema de vida de antes era cómodo pero casi todo lo que comían venía desde lejanas tierras. Y eso supone mucha contaminación y camiones yendo y viniendo. Las verduras que nosotros comemos, al menos sabemos que no tienen agrotóxicos. Solo tienen la contaminación que les cae en la ciudad, que no es poca. Por eso ahora vivimos menos. Comemos comida contaminada y respiramos aire sucio. Tenemos mucho que aprender de los virus y de la naturaleza. En otros países la cosa fue peor y surgieron interminables guerras y hambrunas. Se han promulgado muchas leyes para controlar la natalidad porque dicen que los humanos somos una plaga pero no funcionan porque nadie las hace cumplir.

El niño miró el plátano como si fuera de oro y le propinó un pequeño mordisco. Lentamente, fue masticando el plátano y deleitándose en su sabor. Miró a su madre y le dijo:

—Mamá, me dijiste que regara el huerto, pero no hay agua.

—¡Vaya! Se ha agotado el agua. Se rompió el sistema para recoger agua de lluvia y no he conseguido arreglarlo. Tendremos que vender parte de nuestras lechugas y calabacines para comprar lo que necesito. Al fin y al cabo se iban a pudrir. No tenemos tarros para hacer conservas de todo. Hace unos años el frigorífico funcionaba y la comida duraba más tiempo.

—¿Ya no funciona? ¿Por qué no funciona? —interrogó el joven.

—Sí funciona, pero no hay electricidad suficiente. Con las pocas horas de electricidad que hay no hacemos nada y, además, sería muy caro y no podríamos pagarlo. Recuerdo cuando mi madre nos hacía comida y la congelábamos para comérnosla cuando quisiéramos. Ahora, ni siquiera puedo ir a ver a tu abuela. Vive a cincuenta kilómetros y llegar allí dicen que es imposible, porque es insostenible.

 

Futuro DOS: Utopía en el año 2053

Tomates en un balcón... fáciles de plantar y ricos de comer—Mi padre me contó que mi abuelo murió en el año 2020 —aseguró aquella mujer de enjuto cuerpo.

—¿Por qué estás tan segura? —preguntó su hijo con la curiosidad de un preadolescente.

—Era una historia que a mi padre le gustaba contar. La historia del coronavirus. Yo era pequeña cuando pasó y no me acuerdo, pero según mi padre en China se contagiaron de un virus por comer animales salvajes. Era un virus muy contagioso y aunque su tasa de mortalidad no era elevada, murieron muchas personas. Mi abuelo se contagió y murió. Era una persona mayor.

—Yo he estudiado en el colegio lo de ese virus. Mi profe nos enseñó que la enfermedad se llamó COVID-19 porque se descubrió en 2019. Nos dijo que fue una revolución y que cuando pasó la pandemia el mundo empezó a cambiar. Se empezaron a plantar millones de árboles, se abandonaron las energías sucias y se prohibió el uso de coches particulares.

—Sí, hoy resulta increíble que en aquella época prácticamente todas las familias tuvieran al menos un coche quemando petróleo. Y se movían por las calles de la ciudad como si fuera lo más normal del mundo. ¿Te imaginas que yo salgo a la calle con un aparato echando humo?

Ambos se rieron imaginando la situación y la cara de asombro de los transeúntes. El niño cogió un plátano de la cesta de frutas y exclamó:

—¡Me encanta esta fruta!

—Se llaman plátanos. Mi padre me contó que antes era una fruta muy común, pero tenían que transportarla miles de kilómetros. Ahora, el transporte es extremadamente caro porque se paga por contaminar y los plátanos son una fruta de lujo, igual que la carne o el pescado.

—Mamá, yo no entiendo que haya gente que coma carne o pescado. ¡Son animales! Mi profesor nos enseñó lo mucho que contamina comer carne, pero yo no lo digo por la contaminación, sino porque son animales que quieren vivir y sufren. Nosotros tenemos otras alternativas para comer.

—Tienes razón, mi pequeño niño. Ahora casi todo el mundo es vegano, pero antes era al revés, casi todo el mundo comía carne y pescado. Muchos lo hacían diariamente y consideraban que si no comían carne o pescado no se alimentaban bien y tendrían deficiencias de vitaminas. Había mucha ignorancia… sobre todo por el tema de la vitamina B12. Algunos no querían tomar suplementos porque decían que no eran naturales, pero encerrar animales tampoco es natural y no sabían que a los animales de granja les dan aún más pastillas de las que nosotros necesitamos. A la sociedad le costó cambiar. Cuando se puso un precio a la contaminación por CO2, por metano, por kilómetros recorridos, y por muchas más cosas, entonces, los ciudadanos empezaron a entender el costo ambiental de muchos productos.

—Pero sigo sin entender que maten animales para comérselos. Ni siquiera entiendo que se use la leche o que se coman huevos. En el cole nos han enseñado lo que eso contamina y el maltrato animal que implica.

—Bueno… piensa que antes no solo mataban a millones de animales más que hoy, sino que se contaminaban ríos y tierras por culpa de eso. Más aún… ¿sabes lo que es la tauromaquia?

El niño se encogió de hombros y cuando iba a contestar algo, la madre le explicó:

—Era una costumbre que consistía en torturar toros mientras la gente miraba como se desangraban y sufrían. Era demencial, pero era una tradición. Cuando se prohibió, unos cuantos salieron a la calle a protestar. Les obligaron a hacer un curso de bienestar animal.

—Yo he oído que la gente se montaba encima de algunos animales y les obligaba a llevarles encima. ¡Pobres animales! ¡Qué humillación!

—Sí. Es inconcebible hoy en día. Antes había un deporte olímpico que se llamaba hípica en el que se obligaba a un caballo a saltar obstáculos llevando encima a una persona.

—Pero… ¿el caballo quería hacer eso?

—Nadie le preguntó —contestó soltando una breve carcajada—, pero claramente no, porque para conseguir que el caballo saltara le obligaban a estar horas y horas entrenando. Y luego lo encerraban en una jaula como si fuera un preso condenado a trabajos forzados.

—Me alegro mucho de vivir en un mundo donde la gente no hace esas cosas a los animales.

—La sociedad ha cambiado mucho. Ahora todos somos campesinos, tenemos huerto en casa (aparte del huerto comunitario), recogemos agua de lluvia y tenemos energías renovables en todos los edificios. Casi toda la agricultura es ecológica, lo cual es un cambio muy importante. Y ahora la gente apenas viaja. ¿Sabes? Antes la gente corriente viajaba en avión a precios súper baratos. Ahora se usan las videoconferencias, pues no se puede viajar en avión salvo que esté muy justificado. Hasta el turismo es más responsable que antes.

La madre suspiró y bebió un vaso de agua. Miró el vaso vacío y exclamó:

—¡Mira! No te lo vas a creer, pero antes mucha gente bebía agua en botellas de plástico que tenían que comprar y que se transportaban desde cientos o miles de kilómetros.

—No tenían agua en el grifo como ahora nosotros, ¿no?

—¡Sí! ¡Sí tenían! Pero opinaban que era agua mala para ellos, aunque era agua perfectamente potable. Les habían engañado y como tontos compraban agua. Pero eso no es lo peor. Lo peor era que las botellas de plástico no se devolvían para llenarlas de nuevo. Había sistemas para reciclar, pero funcionaban fatal. Los basureros se llenaron de plásticos pero solo una mínima parte llegaba allí. Muchos plásticos acababan en el mar o en plena naturaleza. Ya has visto que cuando vamos a la playa vemos muchos plásticos de aquella época.

—¿Por qué no usaban botellas de vidrio retornable como hacemos ahora?

—Era una sociedad inconsciente y solo buscaban su comodidad, sin considerar las consecuencias. Cuando la gente empezó a reflexionar, se prohibieron los envases de usar y tirar; se obligó a reutilizarlos o a pagar fuertes impuestos ambientales.

—No me gusta encontrar plásticos en el mar.

—Se usaban plásticos para vender todo tipo de cosas, desde yogur a mayonesa.

—A mí me gusta la mayonesa que haces tú. Mamá, ¿qué es yogur?

—Es un producto lácteo que ahora apenas se hace por todo lo que contaminan las vacas. Yo lo probé una vez. Estaba bueno porque le echaban mucho azúcar, con lo malo que es el azúcar para la salud.

—A mí me daría asco tomar leche de un animal.

—Bueno… eran costumbres —dijo la madre con condescendencia—. Afortunadamente, ya son cosas minoritarias. Antes, cuando la vaca ya no daba suficiente leche, la mataban. Ahora, al menos, la dejan vivir pastando en el campo.

—¿Mataban a la vaca porque daba menos leche? ¡Qué poca sensibilidad! ¡Trataban a los animales como si fueran máquinas!

—Exacto. No se preocupaban del sufrimiento. Lo habían normalizado. Ahora hemos mejorado muchas cosas. Una de las cosas mejores es que ahora trabajamos menos horas y muchos lo hacen con teletrabajo, desde su casa.

—Mamá, tú has vivido cambios extraordinariamente importantes. ¿A que sí?

—Es verdad. Otro de los cambios más revolucionarios fue poner en práctica lo de la Renta Básica. Gracias a eso ha disminuido la pobreza por todo el mundo y la gente minimalista consigue vivir trabajando muy poco. Ellos contaminan menos, por lo que todos ganamos. Antes es que no se miraba por la contaminación. No se pensaba ni en la contaminación que implica lo que se compra, ni en la contaminación que implica lo que se hace: nuestra forma de divertirnos o nuestra forma de ganarnos la vida. La gente apenas practicaba meditación, y eso les hacía tener la mente poco centrada.

—Han sido muchos cambios en poco tiempo, ¿verdad?

—Sí. La humanidad estuvo unida porque surgieron líderes que supieron explicar la situación ambiental tan grave del planeta. Cuando la gente entendió que la ciencia y la tecnología son incapaces de resolver los mayores problemas, como la crisis ambiental, todo empezó a cambiar rápidamente. Hubo muchos más cambios. Verás: se pasó del latifundio al minifundio, del monocultivo al policultivo, se abandonó el tractor y otras máquinas del campo (no todas, por supuesto), se pasaron muchas tierras de regadío a secano, se extendió el uso de variedades de semillas locales, se empezaron a consumir solo productos de temporada y a fomentar la producción para autoconsumo y el mercado local.

—Todo eso ahora nos lo enseñan en el colegio…

—Antes no. Pero algunos cambios fueron sumamente duros. En algunas partes del planeta hubo guerras por el acceso a recursos como agua o tierras de cultivo. La ONU tuvo que intervenir y encarcelar a los cabecillas. La población mundial se redujo mucho por hambrunas y epidemias; y en todo el mundo se implantaron planes educativos para controlar el crecimiento poblacional, porque el ser humano había invadido demasiado el planeta. Luego, cuando se cerraron los paraísos fiscales las empresas protestaron, pero el pueblo se comportó ejemplarmente. Dejaron de comprar a las empresas implicadas en el fraude fiscal y así entendieron que tenían que pagar sus impuestos. Por inaudito que te parezca, en pleno centro de Londres había empresas que se libraban de pagar impuestos. Afortunadamente, la ONU estableció normas internacionales de obligado cumplimiento.

—Me gustaría visitar Londres y París… Estoy ahorrando para el tren.

—Antes, viajar en avión era más barato que en tren.

—¿Cómo era posible?

—Sencillamente porque los aviones recibían dinero público y, además, contaminar era gratis.

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30 comentarios sobre “Dos futuros posibles tras una pandemia

  1. El colapso de nuestra sociedad ya ha comenzado. No sabemos a qué velocidad evolucionará, ni hasta qué profundidad llegará. Ni siquiera sabemos cómo será en detalle, pero hay cosas que sí sabemos.
    Para más datos sobre el colapso recomendamos leer este artículo basado en el libro En la espiral de la energía.

    Otro buen artículo sobre el tema es el siguiente, que demuestra con datos que ya ha comenzado la contracción económica:

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  2. […] Salí de la reunión con algunas respuestas, más ilusionado y más confuso. Gran cantidad de nuevas preguntas me oprimían las neuronas. Las multinacionales del planeta están contaminando todo con millones de productos artificiales, como las llamadas nuevas entidades. A cambio, llenan sus cuentas bancarias con muchos ceros. Como dijo el Dr. Hart, donan una limosna para poder publicar que son responsables. Es muy repugnante que no reduzcan sus ingresos, ni su contaminación de forma voluntaria. Millones de necios compramos sus productos convirtiéndonos en corresponsables del colapso. […]

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  3. […] No me dejó terminar mi punto de vista. Tampoco me importó. En otra ocasión fue imposible explicarle el problema del coltán, ni el de la esclavitud, ni el de las basuras tóxicas que implican los aparatos tecnológicos. De todo eso se enterarán cuando alguien haga una App que mida la huella ecosocial de los cachirulos electrónicos. Esperemos que no sea demasiado tarde. […]

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