Adiós Homo sapiens

Dolmen de Menga en Antequera, Málaga, España.—En 2018 un informe científico decía que si las temperaturas se elevaran 1.5ºC los impactos serían nefastos. Algunos calcularon que faltaban doce años, doce inviernos, para reducir la contaminación y evitar el colapso.

—¿Qué pasó a los doce inviernos? —preguntó la joven con curiosidad.

El hombre dejó el martillo y el cincel en el suelo y se limpió sus gafas con cuidado. Uno de los cristales estaba agrietado y no quería acabar de romperlo. Él estaba delgado, pero sus músculos se marcaban por el brillo del sudor. Luego, miró a la joven y le preguntó:

—¿Sabes cuántos años tienes? ¿Cuántos inviernos han pasado desde que naciste?

—No. ¿Cómo voy a saberlo? Yo no recuerdo cuando nací.

—A principios del siglo XXI, antes del colapso, se apuntaba cuando nacía cada persona y había calendarios para medir el tiempo. Todo el mundo sabía cuántos años habían pasado desde su nacimiento. Le llamaban «la edad».

—¿Para qué usaban la edad? No es algo muy útil, ¿no? —cuestionó la joven.

—Pues no lo tengo muy claro, pero era una sociedad muy avanzada y había muchas cosas que no podías hacer si no tenías la edad adecuada. Si eras muy joven no podías hacer ciertas cosas y si eras muy mayor tampoco. No te dejaban. Tú debes tener unos 20 ó 25 años. ¿Conoces los números?

—Sí, 20 años son 20 inviernos… —aseguró mientras abría los dedos de sus manos mostrando las palmas y agitando las manos dos veces.

El hombre estaba esculpiendo unas piedras con su melena negra y su frente sudorosa. La joven estaba sentada en frente, observando el paisaje árido, semidesértico, con unas ruinas a su derecha y una cueva a su espalda. Ella volvió la mirada hacia él y le volvió a preguntar:

—¿Qué pasó a los doce años de aquella predicción?

—Pues no lo sé. Creo que a los doce años no pasó nada concreto, nada catastrófico. Los problemas habían empezado antes de 2018 aunque solo unos cuantos humanos estaban realmente preocupados. La mayoría no se daban cuentan de que estaban construyendo el colapso. Por ejemplo, en 2019, Chennai se quedó sin agua. Era una tribu gigantesca, con 10 millones de personas. Llevaron agua en trenes y camiones (imagina que son como carros muy grandes). Se consiguió salvar la situación. Pero fue algo temporal. Curiosamente, los trenes y camiones contribuyeron más a la contaminación y al cambio climático. Es decir, aquella gente resolvió un problema aumentando las causas del mismo. Parece ser que, poco a poco, las ciudades se hicieron insostenibles y la gente empezó a morir. Fueron muchas ciudades, posiblemente todas. Eso es lo que llamaron «el colapso».

—10 millones de personas son muchas personas para vivir en una tribu. Es imposible. ¿Cómo sabes eso?

—Lo he leído.

—Yo no sé leer.

—Ahora nadie sabe leer, ni falta que hace… —añadió el hombre.

—En mi tribu había gente que sabía leer. Ahora toda mi tribu está muerta: jóvenes, ancianos…

—¿Solo tú has sobrevivido? ¿Estás segura?

—Sí, emigramos, pero el viaje fue largo y duro.

—Antes del colapso también emigraba gente, pero solo lo hacían los pobres. Ahora, o lo hacemos todos o moriremos.

—Y… ¿cuántos inviernos han pasado desde entonces?

—¿Desde el colapso? No lo sé, pero el colapso no ocurrió en un momento concreto. El colapso llegó poco a poco y por eso mucha gente no se dio cuenta, o no quiso darse cuenta. No actuaron a tiempo, aunque los documentos demuestran que sabían que estaban abusando del planeta. Sencillamente estaban centrados en sus vidas, produciendo cosas. Para producir esas cosas necesitaban cortar árboles, contaminar agua, matar animales, quemar petróleo… y no imaginaron la gravedad de sus acciones. Hubo sabios que avisaron del problema, pero no les hicieron caso.

—En mi tribu me lo contaron. No entiendo porqué contaminaron el agua. ¿Acaso podían vivir sin agua?

—Al revés… ellos gastaban en un día todo el agua que tú y yo gastamos en varios años… Oye, Rem, me has dicho que te llamabas Rem, ¿verdad? ¿Qué pasó en tu tribu?

La chica bajo la cabeza y se llevó las manos a las sienes. Sus labios temblaron. Media lágrima apareció en uno de sus ojos. Ella contuvo las lágrimas y habló con decisión:

—Éramos unas 20 personas pero vinieron malas cosechas y tuvimos que dejar nuestras casas. En el viaje murieron todos, menos yo. Tuve la suerte de encontrarte. Gracias por tu ayuda. Si no llega a ser por ti, hubiera muerto yo también.

—No es nada. Pero no tenemos mucho futuro nosotros tampoco.

Rem miró al suelo y preguntó:

—Y tú… ¿Cómo te llamas?

—Me llamaban Escultor. ¿Sabes lo que significa?Herramientas de Escultor

—¿Escultor? No… Los nombres no significan nada —contestó ella levantando la mirada.

—Escultor significa «el que talla piedras», «el que dibuja en las piedras».

—Tiene sentido… ¿siempre estás rompiendo piedras?

—Romper no. Tallar, que no es lo mismo —matizó mientras soltaba una ligera carcajada—. Escultor no significa el que rompe piedras sino el que les da forma. ¿Sabes lo que significa tu nombre?

—¿Rem? Rem no significa nada —afirmó con seguridad.

—Yo creo que Rem viene de un antiguo nombre que era «Remedios», que significa «soluciones a un problema». Es bonito… ¿no?

—Sí, es bonito. ¿Por qué estás solo? —preguntó Rem cambiando de tema—. Nunca he visto a nadie viviendo solo.

El hombre frunció el ceño y siguió tallando sus piedras con fuerza. Tras varios martillazos empezó a contestar a la pregunta de Rem, sin parar de dar golpes. Con dificultad en el habla, pues el esfuerzo no le permitía hablar con naturalidad. Parecía que las palabras no querían salir de su boca y hacía buenas pausas tras cada frase:

—Mi tribu también tuvo problemas. Unos se fueron hacia el Oeste, buscando el mar grande, el Océano Atlántico. Otros hacia el Norte, buscando mejores temperaturas. Los que fueron al Norte querían llegar a Svalbard. ¿Has oído hablar de Svalbard?

—¿Svalbard el paraíso?

—Sí… eso… Svalbard el paraíso. Pero es una locura pretender llegar a Svalbard y no creo que sea un paraíso —afirmó mientras aumentaba la fuerza de sus golpes de martillo sobre el cincel.

—¿No es un paraíso? Entonces… ¿qué es Svalbard?

El hombre dejó de esculpir. Se limpió el sudor de la frente con la mano y mirando a Rem le dijo:

—Nadie lo sabe. Svalbard era un almacén de semillas situado en lo que fue Noruega. Estaba en una isla muy al norte. Es muy complicado encontrar ahora ese lugar. Además, era un almacén subterráneo y de muy difícil acceso. Aunque encuentren el lugar, será complicado entrar. Luego, aunque entren y consigan las semillas, tendrán muy difícil hacerlas germinar tras tantos años, por no hablar del problema del agua. El clima está muy mal en todo el planeta y apenas hay agua dulce en ningún lugar… o está contaminada. He visto tribus enteras morir por beber agua contaminada. Alguien imaginó Svalbard como un paraíso y el bulo se corrió por las tribus. Cuando las cosas empezaron a ir peor, innumerables tribus desaparecieron y otras emigraron… No es mala idea ir al norte, pero buscar Svalbard es una locura.

—Escultor, ¿por qué te quedaste solo? ¿Por qué no te fuiste con tu tribu?

—Mi tribu se separó. Yo me fui con los que se fueron al norte, pero cuando encontré este lugar, decidí quedarme aquí. Nadie quiso quedarse conmigo. Dijeron que estaba loco…. y tenían razón.

—¿Por qué?

—No es un lugar cómodo para vivir. Es un buen lugar para morir. Yo ya no aspiro a vivir mucho. Solo quiero terminar mi obra o avanzarla todo lo que pueda. Este es un buen lugar. Llevo aquí unos tres inviernos y la situación empeora invierno tras invierno. Los veranos son horribles, el aire es irrespirable y las tormentas de polvo me han dejado casi sin visión en un ojo. Cada mes es peor que el anterior, menos comida, menos agua… No quedan muchos inviernos para que este lugar sea también inhabitable. Tú llevas aquí unos días, pero te aconsejo que no demores tu huida. Yo tengo que seguir con mi obra.

—¿Tu obra? ¿Qué obra?

—Mi obra de escultura. Yo soy Escultor, ¿recuerdas? —dijo sonriendo.

—No entiendo lo que haces.

—Nadie lo entiende. Por eso estoy solo.

—Si sabes que este lugar será inhabitable… ¿por qué no te vas?

—Vivimos para encontrar sentido a nuestras vidas. El propósito de mi vida no es vivir el mayor tiempo posible, sino tener algo por lo que vivir. Yo he encontrado aquí mi propósito en la vida. Este es un buen lugar para morir, por mi propósito.

—¿Morir? ¿Por qué? ¿Por unas piedras?

—Por unas piedras. Tú lo has dicho… Estamos en la antigua ciudad de Antequera, o lo que queda de ella… ¿lo sabías?

—No. Ni siquiera sé cómo llegué aquí. Fue un milagro que no muriera como los demás.

Cueva de Menga, que es un dolmen, en Antequera, España.—Antequera es el mejor sitio para los que amamos las piedras. La cueva donde has dormido estos días no es una cueva. Es un dolmen. Es el dolmen de Menga.

—¿Qué es un dolmen? —interrogó la curiosa Rem.

—Un dolmen está formado por grandes piedras clavadas en el suelo y otras piedras encima que hacen de techo. ¿Te has fijado que las paredes y el techo son de piedra?

—Sí, pero pensé que era la montaña —contestó la joven con humildad— ¿El dolmen lo construiste tú o se construyó antes del colapso?

—Mucho antes del colapso. El dolmen de Menga se pudo construir unos 6.000 inviernos antes del colapso. Eso fue bastante antes de que el colapso empezara con la Revolución Industrial.

—¿Qué es la Revolución Industrial?

—La Revolución Industrial es el hito histórico del comienzo del colapso. Los humanos aprendieron a crear máquinas muy potentes que trabajaban para ellos. El problema es que esas máquinas necesitaban quemar carbón, petróleo, y otros productos. Estuvieron mucho tiempo quemando esos recursos. Lentamente cambiaron el clima de la tierra y contaminaron el planeta… Entonces, llegó el colapso y la mayor parte de la humanidad sucumbió. Los últimos datos que tengo hablan de que murió el 80% de la humanidad. Debieron de morir unos seis mil o siete mil millones de seres humanos, por lo menos. Y tras esos datos todo ha ido a peor, pero ya no he encontrado información. La humanidad está condenada y eso es lo mejor que le puede pasar a este planeta.

La joven Rem abrió mucho los ojos y observó atentamente el trabajo de Escultor. Ambos estaban sudando del calor. Sin embargo, Escultor estaba empapado en sudor y se notaba que estaba haciendo un esfuerzo ímprobo. La curiosidad de Rem no tenía fin y siguió interrogando a Escultor:

—¿Cómo sabes tanto?

—Mi padre era matemático. Enseñaba números en la última universidad de la península Ibérica. Él decía que era la última, pero en realidad no estaba seguro. También era un apasionado de la Historia y de la Geografía. Me enseñó una gran cantidad de cosas. Me quiso enseñar a hablar también en inglés, pero yo no fui un alumno muy aplicado en idiomas. Yo quise estudiar en la universidad, pero el colapso también acabó con ella y se cerró. Tuvimos que emigrar uniéndonos a una tribu nómada. En el camino murió mi padre. Fue muy duro. Mi tribu se asentó por un tiempo pero asentarse es morir, porque en ningún sitio se puede vivir.

—Tú te has asentado aquí —afirmó para contradecirle.

—Yo me he asentado, pero no para vivir aquí, sino para morir aquí. Antequera es mi lugar para morir.

—Parece que quieres morir, ¿eh?

—No, no quiero, pero en Antequera he encontrado el propósito de mi vida. Es un propósito que me llevará toda mi vida.

—¿Cual es ese propósito? ¿morir aquí?

—Antequera fue una tribu donde vivían más de 40.000 personas antes del colapso. Ahora están todas las casas abandonadas. Si quieres, mañana iremos a verlas. En Antequera he encontrado dos cosas esenciales para mi propósito: una biblioteca y el dolmen de Menga.

—¿Qué es una biblioteca? —inquirió Rem.

—Una biblioteca es un sitio donde se guardan muchos libros, textos, periódicos, revistas… datos. Me gusta ir allí y leer. Me inspira. Aprendo, descanso y me encuentro a mí mismo. En Antequera ya solo quedamos tú y yo. Y tú deberías irte… pronto.

—¿Para qué necesitas una biblioteca y un dolmen? ¿Vas a usar sus piedras para tallarlas?

—Querida Rem, haces muchas preguntas. Eres muy curiosa —juzgó Escultor mientras paraba su tarea unos segundos para sonreír.

Escultor respiró hondo. Mientras, Rem siguió preguntando:

—¿Cuál es tu propósito en la vida? Yo no tengo propósito. No sé lo que es eso. Yo solo vivo —confesó Rem con tono de preocupación.

—Cuando mi tribu y yo llegamos a Antequera, inspeccionamos las ruinas y yo, por casualidad, encontré la biblioteca, en bastante buen estado. La mitad de mi tribu sucumbió aquí. Murieron por una enfermedad, por la mala alimentación… Los demás decidieron seguir hacia el Norte, como ya te he dicho. En cambio, yo entendí que el final de la humanidad estaría seguramente cerca. Todo lo que el ser humano ha conseguido aprender, se perdería para siempre. Todos aquellos libros no servirían para nada. En el mundo habrá miles de bibliotecas que nadie podrá leer, jamás. Miles de bibliotecas, con libros en miles de idiomas: español, inglés, francés, italiano, alemán, árabe…

—Aunque los humanos no desaparezcan, nadie sabrá cómo leer esos libros… ¿verdad?

—Así es, Rem. Cada vez hay menos gente que sepa leer. También es posible que la especie humana desaparezca y dentro de miles de inviernos, puede que millones de inviernos, otra especie inteligente encuentre los libros, los textos o las bibliotecas enteras. Los individuos de esa otra especie tampoco serán capaces de leer nada porque usarán otros idiomas. Todo el conocimiento de nuestra especie se perderá para siempre. La sabiduría de Aristóteles, Séneca, Epicteto, Newton o Einstein, se perderán para siempre.

—Ya. No podemos hacer nada contra eso.

—Sí podemos —anunció Escultor con entusiasmo—. La cueva de Menga la construyeron hace más de 6.000 inviernos. Cuando supe eso, entendí que podrá durar perfectamente otros 6.000 inviernos más. Entendí que la piedra es el material más duradero.

—La cueva durará otros 6.000 inviernos, pero nosotros no —sentenció Rem.

—Nosotros no duraremos mucho, pero nuestras obras puede que sí. Por eso, me he propuesto hacer un diccionario en piedra y guardarlo dentro del dolmen de Menga. Dentro de miles de inviernos, es posible que otra civilización, otros seres, posiblemente inteligentes encuentren el dolmen y descubran que mis piedras tienen la clave para entender nuestros libros. Mi diccionario tendrá la clave para entender las palabras. Aunque, dudo que consiga tallar todas las palabras que debería hacer. ¿Conoces la piedra Rosetta?

—¿También le pones nombres a las piedras?

—No —sonrió Escultor—. La piedra Rosetta era una piedra, una estela egipcia de granodiorita, una roca ígnea similar al granito negro. Lo que hizo famosa a la piedra Rosetta fue que tenía un texto tallado en tres idiomas distintos. Gracias a eso consiguieron descifrar el idioma de los jeroglíficos egipcios, un idioma bastante complicado que usaba dibujos en vez de letras. Tras la caída del imperio Egipcio nadie había podido leer los textos egipcios. Todos los que sabían leer ese idioma habían muerto.

Ambos se observaron mutuamente. Escultor no sabía bien si Rem le estaba entendiendo, pero continuó su explicación con entusiasmo:

—Mi tarea es más complicada que la de la piedra Rosetta. El escultor que talló la piedra Rosetta solo tuvo que escribir lo mismo en tres idiomas. Solo tenía que conocer esos idiomas o que alguien le dijera lo que tenía que tallar. Yo pretendo tallar cada palabra en español y en inglés, y luego, un dibujo que exprese el significado de ambas palabras. También uso símbolos para expresar el tipo de palabra, si es un verbo, un sustantivo, un adjetivo… ¿me sigues?

—No muy bien —confesó Rem.

—Mira lo que estoy haciendo ahora. Aquí he escrito la palabra «paloma» en español. A su lado las palabras «dove» y «pigeon» indican su traducción al inglés. Ahora, en este lado he tallado este símbolo, una letra ene, para indicar que es un nombre, un sustantivo. Me falta tallar aquí el dibujo de una paloma o dos. No debe confundirse con otros tipos de aves, por lo que quiero tallar, de forma separada, un detalle de su pata y otro de su pico. Así, el que encuentre esta piedra sabrá lo que para nosotros es una paloma.

Él se quedó sonriendo, emocionado, observando la reacción de ella, pero ella parecía un poco apática. Tal vez era incredulidad ante tan extraño y arriesgado propósito de vida. Antes de que Rem reaccionara poniendo trabas, él siguió detallando su proyecto, sin abandonar su entusiasmo.

—Si tallar un relieve de una paloma es complicado, imagina lo complicado que son palabras que expresan acciones complejas como «pensar», «explicar» o «calcular», o incluso palabras de cosas inmateriales como «amor», «placer» o «amistad». Por no hablar, de las palabras que tienen varios significados. Hay que meditar y diseñar bien los iconos, pues la civilización que los encuentre tendrá una visión del mundo y de sí mismos muy diferente a la nuestra. Podrían no tener huesos y tener tentáculos… una evolución de los pulpos, por ejemplo. Tal vez sean inteligentes pero incapaces de amar. ¿Quién sabe?

Rem estaba absorta. Pensaría que estaba de broma si no fuera porque no dejaba de tallar. Rem echó un vistazo al interior del dolmen y se maravilló al ver cientos de placas ya talladas, con varias palabras en cada una de ellas. Ella se volvió hacia el escultor que no dejaba de hablar. Sin saber porqué, ella asentía con la cabeza como si intuyera que el proyecto era interesante aunque pareciera una locura. Escultor balanceó su cabeza dudando si Rem estaba entendiendo su proyecto. Entonces, pensó que había algo que ayudaría a Rem a entender la magnitud de su propósito, por lo que continuó su explicación:

—También quiero hacer advertencias. Por ejemplo, mira esto… un árbol, luego un humano que lo corta y luego un esqueleto. ¿Qué significa?

Rem iba a contestar, pero él estaba entusiasmado y continuó hablando sin permitirle dar una respuesta:

—Está claro, ¿no? Significa que si cortas los árboles, mueres. Espero que los que encuentren estas inscripciones entiendan que el esqueleto significa la muerte para todos y no solo para los humanos, que somos los que tenemos ese esqueleto…

Se quedó un momento pensando y musitó:

—Debería poner esqueletos también de otros animales…

La joven Rem inclinó la cabeza hacia un lado y apuntó:

—Estás más loco de lo que imaginaba. ¿Cuántas palabras existen? ¿Cuánto tiempo tardarás en terminar?

—El español tiene unas 90.000 palabras, pero no será preciso hacerlas todas. No tengo tiempo para tanto trabajo. Algunas son sinónimas o casi sinónimas e irán en la misma inscripción. Otras no se usan mucho y se pueden eliminar. Por desgracia, no puedo dedicarme solo a esculpir. Tengo que dividir mi tiempo en conseguir agua limpia, regar un pequeño huerto que tengo para comer, y visitar la biblioteca de Antequera para consultar palabras y sus significados.

—¿Te sabes la traducción al inglés de todas esas palabras? —preguntó Rem socarronamente.

Ilustración del libro Relatos Ecoanimalistas
Este relato está incluido en el libro Relatos Ecoanimalistas. Pincha en el loro y hazte con él.

—No, por desgracia no. No estuve muy atento al inglés, pero en mi biblioteca hay un diccionario español-inglés. No es muy completo, pero me está sirviendo.

—Y todo para que supuestamente, una civilización del futuro pueda entender los libros, suponiendo que los libros no se hayan destruido… ¿habías pensado en eso?

—Sí, he pensado en eso. De hecho, seguro que muchos libros se han perdido ya para siempre, pero también es posible que algunos sobrevivan bien conservados. Los de la biblioteca de Antequera están bien conservados. Tal vez perduren miles de años más. ¿Quién sabe?

—¿Y porqué solo dos idiomas? Hay libros en muchos más idiomas… ya sabes.

—Lo sé, pero solo tengo una vida y calculo que no me quedan muchos años. Hay libros que enseñan otros idiomas a partir de español o inglés, por lo que solo es cuestión de suerte que en el futuro hallen esos libros.

—Te estas jugando tu vida por un proyecto que podría salir mal porque depende de muchos factores.

—Sí. Lo he pensado bien y soy consciente del riesgo. Mi obra podría resultar inútil. Tal vez sí o tal vez no. Tal vez pueda terminar mi obra o tal vez muera mañana. Nadie lo sabe.

Escultor bajo la mirada y vio caer unas gotas al suelo. No eran gotas de sudor. Eran lágrimas. La joven Rem, al darse cuenta de su tristeza, se levantó y se abrazó a él sin importarle que sus lágrimas y su sudor mancharan su ropa, ya polvorienta. Los dos permanecieron abrazados unos minutos. Poco a poco, Escultor fue ocultando su pena, pero Rem era una persona muy empática y había captado a la perfección el sentimiento de Escultor:

—No estés tristes —sugirió Rem.

—Estoy triste por el colapso del planeta, de la civilización. El planeta entero era un lugar próspero y se podía vivir bien… mi abuelo me lo contó, pero el egoísmo de unos pocos acabó con la vida de millones y con la posibilidad de vivir medianamente bien. ¿No es para llorar? Además, ignoro si me dará tiempo a terminar mi propósito. ¿Qué pasará si muero sin terminar mi proyecto?

De repente, Rem apretó la cabeza de Escultor con ambas manos y gritó:

—¡Yo voy a ayudarte! Yo soy Rem, ¿recuerdas? Soy Remedios, soy «las soluciones a tus problemas». Me enseñarás a tallar y ambos haremos el diccionario ese. Te ayudaré con el huerto y juntos avanzaremos más rápido.

—¿Quién está más loco de los dos? —se preguntó Escultor antes de que una risa floja le estallara en el alma.

—Me parece una locura fantástica… dentro de miles de años alguien hablará de nosotros y de lo que hicimos —afirmó ella sonriendo.

—Si aún estamos hablando de la piedra Rosetta… también es posible que se hable de estas piedras…

Peña de los enamorados o montaña del Indio en Antequera, España.Ambos se sentaron en el suelo, dando la espalda a la entrada del dolmen de Menga. La montaña ante sus ojos era impresionante y la chica se quedó boquiabierta. La montaña tenía la forma de una cabeza humana gigante tumbada, con nariz aguileña y pelo largo extendiéndose por el valle. La barbilla era fuerte y prominente y los labios le parecieron sensuales. En la parte del cuello, una pequeña loma hacía las veces de la garganta masculina del gigante.

—Qué montaña más interesante… ¡preciosa! —consiguió pronunciar Rem, casi susurrándole al oído a Escultor.

—Es una montaña conocida como la Peña de los Enamorados, por una leyenda medieval. Hubo dos enamorados cuyas familias no querían que estuvieran juntos porque pertenecían a tribus distintas. Ellos huyeron y decidieron tirarse por el precipicio y suicidarse, antes que separarse.

—Que historia más triste y más romántica —dijo Rem.

—La montaña debió ser una montaña mágica o sagrada miles de inviernos antes. La puerta de este dolmen está justo enfrente de la montaña. No puede ser casualidad.

—No es casualidad… y tampoco es casualidad que yo haya llegado aquí para encontrar mi propósito contigo y convertirme en el remedio para que tu proyecto viva.

—Gracias, pero opino que debes considerarlo mejor. Aquí la vida es cada vez más complicada. Vamos a necesitar mucha suerte y vamos a tener que trabajar duramente.

—No me importa —aseguró ella mientras se agarraba a su brazo y apoyaba su cabeza en el hombro de él.

El escultor se quedó un poco sobrecogido, pues no esperaba esa cariñosa reacción por parte de ella. Entonces, se relajó e inclinó su cabeza hacia la de ella. Así, juntos, vieron la puesta de sol, en silencio. La Peña de los Enamorados iba cambiando de color, enamorando a los últimos dos seres humanos que quedaban en el Sur de la península Ibérica.

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