Los cimientos sin limpiar (de la industria turística)

Nadie quiere un edificio de lujo con cimientos de paja. Nosotras somos la cimentación de una industria que sangra. Y la herida chorrea por los pilares hasta el sótano, donde —en la más mugrienta oscuridad— alguien tiene que limpiar.

Sufro desde hace años en este trabajo mal pagado con mi salud: dos operaciones de hombro y una del túnel carpiano. Enfermedades de ricos entre mujeres precarizadas. El codo de tenista, en nosotras se llama epicondilitis. Dolores de espalda y de cabeza, fascitis plantar, hernias discales, ensalada de bursitis y problemas respiratorios. No quiero aburrir. Tenemos media carrera de Medicina cursada con sus guardias en los hospitales. Algunas estamos también medio graduadas en Psicología, por las especialidades de estrés, ansiedad o fatiga crónica. Nos medicamos para poder seguir el ritmo que nos enferma, en una espiral hacia un agujero negro con olor tóxico a pino o floral de primavera.

Los que van o vienen de turismo solo nos miran cuando necesitan una toalla o cuando la tostada se cae de rojo en la cama que dejamos blanca. Con superioridad en la mirada nos piden —con buenas palabras— que limpiemos en horas extras sin remunerar. Nos pagan por habitación hecha, trabajando a destajo, como los temporeros en el campo de siglos en blanco y negro. No quieren pagarnos por meses, como a cualquier trabajador, incluyendo a ellos mismos. No quieren medir el tiempo que requiere nuestro trabajo para no perder altivez en su menosprecio. Les trastoca entender que el COVID-19 dispara el estrés. Piensen en desinfectar a fondo (además de limpiar), y mejor no pensar en el riesgo de contagio tras tocar enseres manipulados por cientos de personas cada mes.

Luego están los despidos por falta de turistas. Eso es casi una bendición. Así no tienes que decidir si dejar un empleo vomitivo o seguir en la náusea eterna. Así no tienes que sentirte culpable por trabajar en uno de los sectores de más impacto socioambiental y con mayor explotación femenina.

«El turismo crea empleo», dicen con la boca llena, ocultando en los bolsillos que es empleo precario, estacional y de estratosférica inestabilidad. Lo llaman «volátil» para que no se sepa bien de qué hablan. Nosotras sí lo sabemos. Miles de despidos dependen de que no suba el petróleo más de lo previsto, de conflictos internacionales que nadie entiende o de pandemias que vienen y vendrán. Si hay pérdidas, el dinero público llega generoso a quien no lo necesita, para que la precariedad siga arrastrándose entre el lujo inconsciente de un «todo incluido». Te empaquetan hasta una estrategia para tapar lo que no quieren que subas a Instagram.

Roja de rabia me exalto cuando alguien me clava que sin turismo no tendría trabajo. Sin turismo trabajaría en los campos de huerta que había antes de que el hotel los asfixiara bajo cemento. El asfalto de la autovía secuestra la fertilidad. Entonces, pagaría menos medicamentos y menos depresiones. Unos abonan su viaje a plazos, pero nosotras tenemos una hipoteca a perpetuidad. Ni nuestras hijas conocerán esas otras formas de vivir que hay bajo la piscina en la que el ecofeminismo se ahogó. La corrupción y la especulación inmobiliaria nadan bien.

Es una hipoteca de capital rascacielos, intereses usureros y plazo eterno. No importa el impacto sobre el territorio o sobre las personas normales. Masifican, ensucian y ensordecen nuestra tranquila villa. Por eso se enquista la turismofobia. Sube el PIB unas décimas y la calidad de vida baja el triple. Los que se llevan el excedente viven en lugares tranquilos, alejados del turismo masivo low cost que les hace ricos. Precios de pena y salarios de risa, porque la clase media-baja también tiene derecho a contribuir al desastre climático y social. Mientras, la testosterona planifica el turismo espacial, solo apto para mentes ciegas y cuentas con muchos inconscientes ceros.

Las multinacionales hoteleras y turoperadoras —junto con la administración servil— son armas de invasión y destrucción masivas. Tapizan de minas la legislación laboral. El turista —relajado por derecho— suelta su dinero despreocupándose de lo que financia y promueve. Si se entera por casualidad, solo lo lamenta mientras pide otro daiquiri.

Las que limpiamos —las Kellys— seguimos escondidas en el subsuelo del turismo, ninguneadas por el lobby que es la OMT: Organización para Masificar el Turismo. Eso es la OMT, con su burdo oxímoron de turismo sostenible y siempre de masas, de masas de dinero. Por eso, ir de hoteles es también colaborar al machismo más clásico. Las estrellas no son un sello de calidad laboral. Habría que quitar estrellas a los hoteles y calificarlos con trapos del polvo. Y también —ya que soñamos— hoteles que no acepten turistas que viajen en aviones vomitando. Que se queden en sus casas y ensucien su país.

Ecologistas más de piel que de corazón creen ilusamente colaborar con el turismo sostenible porque se alojan en una cabaña con un panel solar. Desprecian —o ignoran— que el sector primario sea ahora solo un decorado rural. La comida viaja miles de kilómetros de plástico para que el turista pueda engullirse la sostenibilidad fuera de temporada.

El turista que no se adapta al destino —el que exige que el destino se adapte a él— es una especie invasora, un peligroso depredador de tierras y vida. A los que dicen que «el turismo es cultura», me gustaría hacerles un examen después de su viaje. Se aprende más leyendo o viendo documentales. Pero con eso apenas presumes y los selfis tienen menos likes.

No despreciamos el turismo. Solo decimos que necesita cambiar y menguar. Las dos cosas y mucho. Y lo sostenible no vale si es de masas. Claro que, si no es masivo, no es rentable para los de arriba.

Nuestro territorio y nuestro cuerpo no son lugares para conquistar, colonizar o explotar. Quieren hacernos creer que es lo mejor para nosotras. Eso es lo peor.

Tristemente, entiendo la ceguera del consumista turista. Yo tampoco miro los cimientos de un edificio al entrar. Nunca pensamos que un rascacielos pueda caerse. Otra cosa es que lo tiren desde fuera y, a la vez, desde sus cimientos.

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