Cómo superé la pérdida de un ser querido

Yo suelo decir que, salvo los científicos, los demás no debemos usar la palabra «siempre» porque es demasiado exagerada en su significado. Sin embargo, la muerte es quizás de las pocas cosas que son para siempre.

La pérdida de un ser querido es siempre dolorosa. Cuando la muerte te arrebata algo que amas, una cosa es segura: jamás volverás a recuperarlo. Tienes que despedirte de alguien para siempre. En ese «alguien» también entran los animales, porque ellos no son cosas.

Esa sensación de imposibilidad de volver atrás y de no poder recuperar ningún momento perdido te corroe las entrañas, te quita el sueño y te acapara el pensamiento. Es horrible. Puede ser comparable a una ruptura de pareja, pero es totalmente diferente. En una ruptura no es la muerte la que se entremete. Puede que haya una tercera persona en medio de la relación, pero no es la muerte. Aunque estés convencida de que la ruptura es para siempre, es un claro ejemplo de mal uso de la palabra «siempre». En el fondo, cualquier ruptura es una bendición porque si una relación no funciona, lo mejor es la separación. Si lo que sientes es amor verdadero, deberías sentir al menos algo de alegría por daros la posibilidad de ser felices separados, ya que juntos fue imposible. En cambio, si lo que sientes es más apego que amor, el dolor es más intenso, pero sin embargo, es un dolor con esperanza. Es como el dolor cuando el médico te está curando. ¿Alguna vez te han cosido una herida? Sientes un dolor intenso, pero sabes que te curarás. Eso sí, un apego se cura mejor solo, sin medicinas, que con otro apego. Buscar otra pareja no es la mejor forma aunque sea la más típica. Ahora bien, lo que es seguro es que un apego acaba en dolor. Tal vez, siempre es así.

En todo caso, aquellas personas a las que amamos o nos aman y a las que estamos apegados o nos tienen apego conforman, de una forma u otra, quienes somos.

Cuando un ser querido muere es fácil que sientas que no te vas a curar jamás, porque ese ser querido no va a volver nunca. No quiero contar si en mi caso perdí a mi hijo o a mi hija, a mi padre o a mi madre, a mi pareja, una amistad especial o una mascota. Si lo dijera, los lectores que hayan sufrido una pérdida similar se identificarían conmigo y con mi dolor, pero puede que los demás no sientan lo mismo. En realidad, da igual el tipo de relación que tuvieras con el ser amado fallecido. Importa más el nivel de intimidad y de amor o apego que si es un ascendiente o un descendiente, o si ni siquiera hay lazos de sangre.

Relatos

Nuestra mente anda siempre ocupada inventando relatos sobre lo que ocurre fuera y dentro de nosotros. Todo se basa en nuestra interpretación de lo que sentimos. Aunque lo que sentimos puede proceder de la realidad, lo cierto es que no podemos sentir la realidad de forma completa, por lo que nuestra concepción de la realidad es siempre muy parcial y, por tanto, es siempre falsa. Gran parte del tiempo de nuestra vida lo ocupamos inventando relatos sobre lo que los demás piensan de nosotros, incluso aunque sean perfectos desconocidos. Nuestro ego intenta adivinar pensamientos ajenos, posiblemente inexistentes.

Cuando fallece un ser querido, la mente se inunda de relatos sobre el pasado y sobre cómo podría haber sido el futuro. No importa si son reales o meras fantasías, deseos imposibles o directamente absurdos. El ser humano suele tener necesidad de narrar sus pensamientos y cuando nuestras expectativas son truncadas esa necesidad aumenta y puede llegar a ser un impulso irrefrenable. A algunos les da por contar una y otra vez algo a sus seres cercanos. Es fácil aburrirlos con repeticiones constantes, cambiando, como mucho, algún detalle de la historia para justificar la iteración. Lo normal es que los otros sean comprensivos ante un momento tan duro. También es posible que esas narraciones vayan solo por dentro, lo cual suele ser peor, porque en la mayoría de los casos, complica superarlo. Más útil (y sin aburrir a nadie) es escribir ese torrente de narraciones que llenan el interior. Entonces nos damos cuenta de que nos repetimos mucho y de que muchos pensamientos no los escribimos porque ya están escritos una, dos, o más veces.

Escribamos o no los relatos que llenan nuestra mente, podemos darnos cuenta de si esos relatos demuestran algo de caos o de rigidez. Estos dos elementos crean inestabilidad y enfermedad. Son dos extremos opuestos, aunque tal vez pueden coexistir en la misma mente. Esa coexistencia no implica integración, sino es más bien al contrario, una desintegración mental. La integración entre rigidez y caos da lugar a una mente sana y tranquila. Si no hay calma, madurez o armonía dentro de nosotros entonces es que no hay esa integración. Es preciso aclarar que el caos y la rigidez son parte natural de una vida normal (es algo indeseable, pero normal). Lo preocupante es cuando se instalan en nuestra vida repitiendo patrones y alargándose demasiado en el tiempo.

Por rigidez me refiero a esas cosas o momentos de la vida en los que no me salgo del camino que yo creo que está marcado. Son acciones aburridas, sin vitalidad, aunque tal vez muy cómodas. Puede que faciliten la vida, pero también la empobrecen. Una muestra de rigidez evidente es cuando alguien se enfada ante algo novedoso o ante un cambio (especialmente si es inesperado). La excusa para enfadarnos es lo de menos. Ahora bien, si existe enfado, existe rigidez.

Por el contrario, el caos es más abierto, aunque igual de maligno. Nuestra vida se llena de caos cuando hacemos cosas impredecibles o que nos hacen daño con conocimiento. Algo de caos aporta chispa y vitalidad a la vida, pero un exceso de caos es claramente indeseable. De ahí la importancia de la integración y, para ello, el impulso narrador es un mecanismo natural hacia la armonía. Por eso hay que dejarlo actuar y no oponerse a él. Favorecer ese impulso, de forma verbal o escrita, en prosa o en poesía, acompañados o en soledad, solo puede ayudar en el camino hacia la curación.

Presente

Me funcionó intentar estar plenamente presente en el ahora. Dedicar un tiempo especial a pensar en lo que está ocurriendo. No se trata de dar rienda suelta a la mente, porque eso es lo que suele ocurrir en cualquier momento, sino de buscar un sitio cómodo para pensar en lo que pensamos, para examinar qué pensamientos surgen, si son del pasado o del futuro, o si son reflexiones o sentimientos. Ayuda mucho escribir todo eso en un papel. Me refiero a estructurar ese impulso narrador, organizarlo y analizarlo. Cuando queremos escribir algo tenemos que ponerle nombre a las cosas y eso ayuda a organizar la mente. Los pensamientos son, en general sensaciones abstractas mezcladas con palabras concretas. Ahora bien, cuando tienes que escribir, tienes que unirlo todo en un conjunto de palabras con sentido. No tienes que escribir frases completas; basta con que escribas expresiones que tengan sentido para ti, que evoquen algo que refleje lo que acaba de surcar tu mente.

Anota especialmente dos cosas: si es del pasado o del futuro (raramente es del presente un pensamiento en una mente inquieta) y también si es positivo o negativo. Yo usaba símbolos: escribía una expresión de lo que me viniera a la mente y usaba a continuación la letra «P» si era algo del pasado y la letra «F» si era algo del futuro. Junto a la letra anotaba una cruz si era algo que me generaba un sentimiento positivo (+) y un guion (–) si me generaba un sentimiento negativo.

Buscar la palabra o palabras que mejor describen sensaciones o sentimientos a veces no es fácil, sean estos positivos (alegría, esperanza, calma, satisfacción…) o negativos (pena, añoranza, pérdida, frustración…). Podemos apuntarlas en 3 columnas: positivas, negativas y también neutras, si aparecen. Algunas pueden ponerse simultáneamente en las tres columnas. No obstante, lo importante es que las pongamos nosotros donde creemos que deben estar. En mi caso yo encontré y apunté estas palabras: tristeza (por supuesto), angustia, desesperación, desesperanza, pero también puse esperanza, frío, temblores, ofuscación, sensación de no haber hecho lo suficiente, aceptación de la muerte, oportunidad para aprender, mejorar como persona…

En mi caso, todo empezó al arrancar una hoja del calendario. Le di la vuelta y vi un gran espacio en blanco. Sin saber por qué, doblé el papel y me puse a escribir. No quería ni necesitaba dar orden a lo que escribía. Era algo solo para mí. Yo pensaba que estaba al mando de lo que escribía. No obstante, poco a poco el relato fue ganando poder y sentía como si el relato estuviera al mando y yo fuera una mera marioneta que movía el bolígrafo a su voluntad. En el fondo, esos relatos mentales nos utilizan para vivir, sin nosotros no son nada.

La tristeza no es agradable. La angustia te quita las ganas de vivir. El insomnio te impide descansar. En momentos así, tenemos que ser condescendientes. Las personas tenemos relaciones intensas entre nosotros y eso nos permite sentirnos humanos. Cuando una se rompe, lo normal es estar tristes. Hay que dar la bienvenida a la tristeza. Dejarla pasar a nuestra mente, tratarla con dulzura e invitarla a pasar con nosotros el tiempo que desee. Luchar contra la tristeza es una guerra tan absurda como cualquier otra guerra. En las guerras, aunque creas que has ganado, es mucho lo que has perdido. Es mejor pactar con el enemigo. Pactar con la tristeza un tiempo para ella, con el convencimiento de que se irá. Para alcanzar la integración a la que me he referido antes, hay que ir más allá de la tristeza.

Fui consciente de que la imagen que tenía de mí mismo dependía de la persona fallecida y, por tanto, su muerte había cambiado la sensación o la idea mental de mí. A la vez, la idea que tenemos de nosotros mismos va cambiando con el tiempo pues nosotros vamos cambiando, nuestra salud cambia y nuestras experiencias nos cambian. Todo nos influye. Por tanto, la integración a la que debemos llegar no es un objetivo, sino un camino. No es una meta de la vida, sino el bastón que nos ayuda a caminar para llegar mejor a nuestras metas.

¿Por qué no alcanzamos esa integración, esa coherencia mental? La verdad es que la integración es lo natural en la mayor parte de las vidas, la mayor parte del tiempo. A veces no hay que hacer nada. Basta con permitir que las cosas sean y se manifiesten como son. Dejarnos a nosotros mismos; abandonarnos a nuestra suerte. Algunas técnicas de meditación consiguen experiencias como de «salir del cuerpo»; más que físicamente es algo mental. Es tomar conciencia de que nuestra mente puede alejarse y permitir que el propio sistema cuerpo-mente se auto organice y se integre.

Además de con los relatos escritos, ¿cómo alcancé yo esa integración? Una de las mejores formas es «conectar» con la mente de otra persona que perciba y respete nuestra experiencia, que nos comprenda y que muestre su apoyo. Entre personas eso suele llamarse «comunicación», pero es también algo más. Por eso yo hablo de «conexión».

Se ha demostrado que los médicos que curan más muestran empatía y conectan con sus pacientes. Un médico frío que mire los datos de informes y que se olvide de la parte emocional de sus pacientes, está viendo solo la mitad de los datos y, por tanto, es complicado que haga una evaluación correcta. Además, al no conectar con el paciente, la integración es más complicada.

Así, si tienes alguien con quien conectar, hazlo y deja que la energía fluya (comunicación, información, sentimientos, silencios…). Para mi desgracia yo no tenía a nadie con quien conectar. ¿Qué hice? ¿Llorar? No. Bueno, sí lloré mucho, pero no por no tener a nadie con quien conectar. Me pregunté: ¿por qué es tan importante conectarnos entre los humanos? ¿Qué extraña energía fluye entre las personas que es sanadora? En el fondo la mayor parte de la energía que nos sana procede de nosotros mismos. La otra persona solo ayuda a que salga. Entendiendo esto, uno puede hacer surgir esa energía sanadora sin necesidad de conectar con nadie. Tal vez sea esto parte de lo que los médicos llaman «efecto placebo». La conexión puede ser con uno mismo o con la naturaleza, con un paisaje, con un árbol, con un animal o con un arroyo, por ejemplo.

En mi caso, unas veces conecté conmigo, me conté mis relatos, mis penas y mis sentimientos, en voz alta y en voz baja. Otras ocasiones conecté con un bosque y con una especie de «más allá», posiblemente Dios, o el Ser Unidad. No importa en lo que creas, porque seguro que eso te ayudará, especialmente si intentas una conexión honesta para alcanzar la integración. Solo intentarlo es un paso seguro hacia la sanación.

♥ Nota: Algunas de las teorías que usa este relato proceden de los estudios del neuropsicólogo Daniel J. Siegel en su libro «Viaje al centro de la mente», del cual tienes aquí un resumen muy recomendable.

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