Cosas que no deberían cabrearme (parte 5): llamadas spam, plástico, series, fútbol, violencia de género y joyas

A veces, nos gusta tener ciertas cosas aunque nos revienten la vida. Es como si pensáramos: «Sí, vale, soy un infeliz y un amargado, pero tengo esto. Miradlo». Por ejemplo… eso que estás pensando. Y también el teléfono móvil. ¿Te puede salvar la vida? Sí, pero ¿a cuántos conoces que les haya salvado la vida? ¿Y a cuantos conoces perdiéndose su vida enganchados? ¿Para qué quieres vivir con una máquina que te dice cuando puedes o no ser feliz? Puede que exagere un poco. Pero solo un poco. ¿O acaso te gustan esas llamadas misteriosas?

Llamadas siniestras

Pocas llamadas son agradables. Las de número desconocido lo son con la misma probabilidad de que heredes una fortuna de un familiar que ni conocías. Algunos no se resisten a responder. Yo, casi nunca descuelgo. Si es importante, que vuelvan a llamar. Suelen hacerlo. Y suelo hacer lo mismo. A veces, me pilla despistado —o imbécil— y contesto. Me revienta que me pongan un pitido, como si hubiera sido yo el que ha llamado.

—¿Diga?

—Piiiiiiiiii… Piiiiiiiiii…

Cuelgo cabreado sin pensar en la posible herencia que me podría estar esperando. Guardo el número en mi agenda como «Pesados», por si vuelven a llamar (algunos aparatos tienen lista de spam). Me tendrán que pillar con mucha paciencia. ¿Alguna vez os han ofrecido algo interesante tras una ristra de intermitentes Piiiiiiiiiis? No lo creo.

Cuando no hay Piiiiiiiiiis (o cuando me doy el gustazo de satisfacer mi insana curiosidad), detrás de la línea aparece una voz agradable que se presenta con un nombre evidentemente falso, y que a veces sabe hasta tu nombre de verdad. Suele hacerte una pregunta absurda:

—¿Quiere usted ahorrar?

—¡Sí! Quiero ahorrar tiempo. Vaya al grano, por favor.

Léase lo siguiente con el tono de Boris Izaguirre:

—Estamos ofreciendo una magnífica oferta especial que está disponible de forma exclusiva para clientes destacados como usted y estamos seguros de que le interesará y de que no podrá rechazar nuestra propuesta, pues ya miles de personas como usted están disfrutando de todas las ventajas que ofrecemos, a un precio extraordinariamente reducido.

—Perdone, estoy muy ocupado. ¿Puede concretar? —insisto con cierta educación, la segunda vez.

La mayoría de las ofertas no interesan directamente. Para las pocas que serían posiblemente aprovechables, no tengo ganas de perder tiempo, aunque ahorre unos euros. Entonces, en cuanto el umbral de pesadez se sobrepasa, me despido y cuelgo sin esperar réplica a mi despedida. Ya me han birlado quince minutos de mi tiempo, pienso.

Hay varias técnicas que suelo emplear con dudosos resultados. La primera es decir que ya me han llamado tres veces para lo mismo y que, por favor, dejen de molestar y que borren mi teléfono. La segunda es dar pena:

—Estamos ofreciendo un magnífico seguro para su hogar.

—¿Hogar? Me despidieron del trabajo y tuve que vender mi casa. Nadie quiere asegurarme un hogar.

La tercera es la más efectiva. No sé si contarla. Es un secreto. Lo diré para mis pocos lectores con la condición de que no se lo cuenten a nadie. Se trata de poner voz de sargento; y de forma contundente decir:

—Este es un teléfono de emergencias. Le ruego que libere la línea, inmediatamente.

Normalmente cuelgan sin ni siquiera disculparse. Se puede añadir, algo distinto cada vez para ser creativo y no caer en la rutina. Podría ser un teléfono de bomberos, o de emergencias sanitarias, o de emergencias «internacionales» de la embajada sueca. ¿Funciona esto? A veces sí y a veces no. Al menos, te diviertes un rato sin tirar el teléfono de rabia.

A la basura

La basura está llena de tesoros y de rabietas. Me gusta mirar lo que hay en las papeleras de la ciudad cuando paseo. La gente, en su feliz incultura, tira de todo y junto con los olores, emerge también inspiración y rabia. Los envases de yogur inspiran a escribir sobre la carne, y el plástico que no se reciclará me hierbe la sangre como a Leónidas, especialmente si llevan su tapón (que debe separarse para reciclarse por otra vía). ¿Y los que tiran botellas con agua? ¿Qué clase de oligofrénico tira una botella con agua mineral? Primero, porque has pagado por ella y segundo porque contaminas más de lo que vale. Entonces, te la bebes, y si no, pues la usas para regar algo. Está claro que el agua mineral, y de hecho cualquier bebida embotellada, son demasiado baratas.

También me enfada que en el cine aparezcan los protagonistas bebiendo en vasos de plástico. Tiene pase si son los malos. Ellos pueden salir hasta fumando, pero con vasos de plástico.. mejor no. ¡Qué asco! ¡Qué asco beber en vasos de plástico! Bebes un cóctel con porquerías químicas de nombres impronunciables (ftalatos o bisfenol A, por decir algo de un catedrático que vi en Internet).

Si es que el cine está cada vez peor. La media ha bajado mucho. Puede que se hagan más películas, porque el público se traga cualquier cosa, pero la calidad es otra cosa. Cada vez es más difícil encontrar películas realmente buenas. ¿O nos hemos vuelto todos más exigentes y entendidos? Me refiero a películas de esas que te encojen el corazón o te lo hacen explotar; de esas que te quedas pegado al asiento o tienes que levantarte para insultar a alguien. ¿Soy yo? ¿Estoy cada vez más exigente o es que se hace mucha mediocridad?

La calidad cae aún más en las series, aunque algunos se enganchen a cualquier banalidad:

—Oye, he visto una serie fantástica que te cuenta cómo entrar en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, para imprimirte unos cuantos millones de euros. Son solo 41 episodios.

—¿Y cuándo das el golpe?

No me malinterpretéis. Cada uno puede perder su tiempo como quiera. Dedicar cuarenta horas de tu vida a la ilusión de robar a todo un país, es legítimo y seguro que entretenido. La calidad es otra cosa. Idear una trama de intriga, acción y romanticismo es muy fácil. Conmover, educar, ilusionar, despertar… son cosas diferentes. Se entiende que uno se enganche en las series, porque somos curiosos por naturaleza y nos gusta saber lo que pasará en cualquier historia, por mal contada que esté. Tienes que ser muy bueno para hacer 41 episodios con calidad razonable. Ni Spielberg podría.

Una buena película requiere un buen tiempo de preparación por cada minuto de metraje. En las series no pueden —ni quieren— dedicárselo. Van a lo rápido, a la lágrima fácil o al humor burdo e inmediato. No pretenden pasar a la historia del cine, sino pagar las facturas a final de mes. Es legítimo, pero yo no pago por eso. Ni con mi tiempo, ni con mi dinero.

Tampoco pago por ver fútbol y no tengo nada en contra de que unos millonarios sin cultura se peleen por pegar patadas a un balón. No hay nada épico en los deportes como espectáculo. Me entenderás mejor si te da igual el resultado. Si no te importa quién gane, ver deporte es solo para frikis aburridos. Alguna vez he visto deporte, por curiosidad. Me imaginaba que había apostado algo a favor de un contendiente. Y entonces, todo cobraba cierto interés. Es una importancia artificial, vana y evidentemente absurda. Algunos se pelean por los colores de su ciudad, aunque nadie de su ciudad juegue en el equipo. Son mercenarios y no entiendo a quién se siente orgulloso de ellos. Defienden a su equipo y son incapaces de defender a un indigente maltratado, y menos si es una mujer. Hay forofos del fútbol que niegan la violencia de género. ¿Será porque hay pocas mujeres aficionadas a ver fútbol?

Miles de mujeres mueren cada año a manos de hombres que son o fueron sus parejas. Pero según algunos «la violencia no tiene género». Son políticos que dan náuseas solo escuchar su voz. Tienen que construir complicados entramados mentales para negar la realidad y luego intentar convencer a un público poco exigente, ciego de antemano y con ojos solo para su bolsillo. Mientras crean que les vas a llenar su cuenta bancaria (o solo protegerla), les importa poco quien muera o quien pueda sufrir, sean inmigrantes, mujeres o el mismísimo planeta. Son una joya.

Joyas

Me repugnan las joyas o los que las lucen con orgullo. No lo sé exactamente. No son exactamente ellos —o ellas— los que no soporto. Es su ignorancia. Su forma de decir al mundo que se sienten bellos, superiores o dignos de respeto, cuando ni siquiera saben de dónde viene su oro o cuántas personas o bosques han muerto para poder hacerlo posible. Perdonad si os he ofendido. Si creéis que esto no va con vosotros, posiblemente tengáis razón. Disculpad a un cascarrabias y no sigáis leyendo, ni esto, ni ninguna otra cosa que pueda haceros reflexionar.

♣ Sigue inspirándote:

  • Casi todas las cosas que me cabrean. Si necesitas un índice temático de quejas, te lo regalo:
    • Parte 1: ruidos de motos y de sopladoras de hojas, gente que no comparte en RRSS lo que le gusta, y los que esperan respuesta rápida de un wasap, ordenadores envejecidos (lentos, actualizaciones de Windows, obsolescencia programada, actualizaciones absurdas, barras de progreso inexactas e irregulares…), las botellas tiradas, y la gente que habla de sus problemas.
    • Parte 2: los que dicen «te guste o no te guste…», cazadores que van de salvadores, los que tiran las migas de pan, atareados de la vida, competidores con todos y los que llegan tarde, publicidad en el buzón, despilfarro de papel higiénico, de toallitas húmedas, y de agua en la cisterna.
    • Parte 3: me quejo de los quejicas, de los fumadores, de los coches, de los motoristas, de los que conducen mal, de los trapos blancos, de la lejía, de los impacientes, de los pesimistas, de los que sueltan globos de helio, de los fiscales, de la programación de la radio, del fútbol, y de la información del tráfico en la radio.
    • Parte 4: tecnopersonas y tecnofamilias, desperdiciar comida (en restaurantes o en tu casa), las cosas baratas, los vuelos baratos, las mesas con esquinas, las bañeras resbaladizas, váteres con agujeros pequeños, los que tiran cosas por el váter (como toallitas húmedas, colillas y aceites), y tirar agua en el lavabo o en la ducha.
    • Parte 5: publicidad por teléfono, plásticos de usar y tirar en las papeleras y en el cine, las series y películas mediocres, el fútbol como espectáculo, la violencia de género, las joyas o los que las lucen.
  • Historias del Z-15, un robot inteligente.
  • Antes de suicidarme.
  • Prefiero que me mientan (sobre transhumanismo en un futuro cercano).
  • Otros relatos inspirados en hechos reales de Historias Incontables.

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