Prefiero que me mientan

Hace unos doscientos años, Neil Harbisson fue reconocido por el gobierno británico como un cíborg. Él padecía acromatopsia, enfermedad que no le permitía ver los colores, por lo que todo lo veía en blanco, negro y gris. Para contrarrestar ese trastorno se atornilló una antena en el cráneo con la que escuchaba los colores. El aparato detectaba el espectro de luz que había frente a él y se lo transmitía en forma de sonido. En 2004 se negó a aparecer en la foto de su pasaporte sin la antena y el gobierno aceptó su petición, lo cual significó en la práctica dar por sentado que la antena era parte de sí mismo. O sea, si alguien agredía a su antena no sería legalmente un daño a la propiedad, sino una agresión física. Por supuesto, las leyes no cambiaron en aquel entonces, sino que tuvieron que pasar más de cien años para que la legislación empezara a recoger esa casuística cíborg (ciber-organismo).

Reconozco que fue un caso un poco peculiar, pero ya había gente que aparecía en las fotos con gafas aunque, por supuesto, las gafas no estaban atornilladas al cuerpo. Hoy, en pleno siglo XXIII ya nadie lleva gafas, pues operar con láser e implantar un chip de corrección visual es una operación conjunta bastante simple. Tal vez lo raro hoy es encontrar a alguien que no sea un cíborg, que no tenga nada implantado.

Aplicaciones para cíborgs

Antes de desvelar por qué estoy contando esto, me gustaría hacer un rápido repaso a la historia de los seres cíborgs. Deberíamos empezar citando inventos primitivos, como enviar información directamente al cerebro desde distintos puntos del globo, detectar movimientos alrededor del cuerpo al estilo de un radar tradicional, sismógrafos para sentir los terremotos, o incluso, los lunamotos (la actividad sísmica en la Luna). ¿Para qué querría alguien percibir en su cuerpo los lunamotos? Yo tampoco lo entiendo, pero no vamos a juzgar las excentricidades de cada uno.

También hubo sistemas francamente útiles, por ejemplo para ayudar a orientarse usando el campo magnético terrestre. Esto es como implantarse una brújula en el cuerpo. Otros artilugios antiguos fueron implantes cocleares para que los sordos pudieran escuchar, o también perceptores de ultrasonidos para escuchar más que un humano normal, o para ver la luz no visible, muy útil para moverse en la oscuridad. Hoy en día es muy frecuente que los policías tengan ese tipo de implantes, que les permiten hacer mejor su trabajo.

También hay enfermos que se inoculan en la sangre nano robots que intentan atacar a su enfermedad. Algunos de estos robots diminutos editan genes, mientras otros actúan como antibióticos o como anticuerpos. Hay personas que se han llegado a implantar bajo el cráneo el teléfono y el sistema de mensajería. Al parecer las microondas que emplean son demasiado potentes para tenerlas tan cerca del cerebro constantemente. Sería estupendo dejar de acarrear el teléfono siempre encima; pero yo, por ahora, no me voy a hacer esa intervención.

Al fin y al cabo, el llamado transhumanismo siempre fue como una forma de mejorar a los humanos usando la tecnología. Yo mismo, como botánico, sí me he implantado un sistema de reconocimiento visual de plantas. El sistema captura la imagen que estoy viendo accediendo directamente a mi nervio óptico izquierdo, la analiza y si en ella hay alguna parte de una planta, me informa con datos directamente a mi cerebro consciente: tipo de planta, su especie, su familia, sus características, etc. El porcentaje de acierto supera el 95%. Además, puedo solicitar más información con solo un pensamiento. El nano chip busca en Internet y me ofrece lo que encuentra. Es un mecanismo muy útil para la investigación en campo abierto y, por supuesto, se puede desactivar para la vida cotidiana.

El sueño de no dormir

También me he implantado en el cerebro el sistema DreamMax. Gracias a este nuevo chip consigo dormir solo una hora y levantarme como si hubiera dormido nueve horas seguidas. Esto me permite ser más efectivo en mi trabajo, especialmente cuando me adentro en los bosques, pues así no tengo que volver para dormir, ni siquiera tengo que montar una tienda de campaña, como hacía antes. Por desgracia, el sistema no se debe usar más de tres días seguidos, pero aun así, es algo fantástico y todos mis colegas están pensando pasar por quirófano para conseguir esta nueva funcionalidad. Gracias a DreamMax he conseguido publicar diez artículos científicos en revistas de alto impacto en solo seis meses.

He de decir que me implanté el DreamMax para usarlo solo en mis salidas al campo, para volver antes con mi esposa. Ella se quejaba de que pasaba mucho tiempo estudiando las plantas y yo pensé que durmiendo menos conseguiría volver antes a casa. La realidad es que he aumentado mi rendimiento, pero sigo estando fuera de casa más o menos lo mismo. Es la aplicación al tiempo de la paradoja de Jevons, también llamada efecto rebote. De hecho, ahora cuando estoy en casa solo duermo con mi esposa dos o tres días a la semana. Dormir me parece una pérdida de tiempo si uno puede estar haciendo lo que le apasiona. Mi gran pasión son las plantas, especialmente las del género Quercus, un género de la familia de las fagáceas.

También adoro los líquenes porque son organismos que surgen de una mágica palabra: simbiosis. Un liquen es la colaboración entre un hongo y un alga. Muy poca gente sabe lo fácil que es encontrar algas en medio de un bosque. Los líquenes son seres sorprendentes que logran sobrevivir donde ningún otro ser lo consigue. El hongo retiene la humedad que necesita el alga y, a cambio, el alga hace la fotosíntesis y proporciona alimento al hongo.

Para estudiar mejor los líquenes me implanté en el ojo el sistema de macrovisión. Este sistema incorpora un aumento entre 20X y 1280X, con 3 nano objetivos. Ya los hay mejores, pero por ahora no me voy a volver a operar el ojo. Aún tengo reciente mi último implante, el famoso polígrafo CatchLiar. Cuando vi que estaba de oferta, no pude evitar la tentación de instalármelo.

El sueño de detectar mentiras

Después de instalarme este último ingenio, soy capaz de detectar si la persona que está frente a mí está mintiendo o no, con una fiabilidad superior al 99.2%, lo cual lo hace prácticamente infalible. El sistema analiza el sonido y la imagen en varias frecuencias, incluyendo los infrarrojos, y detecta más de cien indicadores, tales como inflexiones de la voz, la dilatación de las pupilas, el parpadeo excesivo, morderse los labios, sentir calor, sudoración, tener sed, mover demasiado las manos o juguetear con algo en ellas, el mantener la mirada con frialdad o, por el contrario, esquivarla… Resumiendo, es tener buen ojo para detectar a los mentirosos.

¿Para qué me instalé el CatchLiar? Pues sinceramente, fue un impulso un tanto irracional, un momento de debilidad. Reconozco que llevaba ya tiempo pensando en que mi mujer me engañaba, pero nunca le había dado mayor importancia, porque siempre había preferido confiar en ella y evitar dejarme llevar por celos insensatos. ¿Y si una herramienta de Inteligencia Artificial pudiera disipar mis dudas? Conseguiría dormir mejor y dejar de preocuparme.

Tuve suerte y pillé una oferta de lanzamiento extraordinariamente buena. No pude negarme. A los dos días, el parlamento aprobó con total unanimidad unos impuestos muy fuertes y se convirtió en un producto de superlujo. ¿Qué interés tendrían los políticos en que no podamos detectar a los que mienten?

Los creadores de CatchLiar me aconsejaron no decir a nadie que me lo había instalado porque, supuestamente, si lo saben puede perder eficacia y generar conflictos inmediatos. También me impartieron un curso breve sobre cómo usarlo y sobre cómo tratar las mentiras que nos echan. Si saltamos inmediatamente en cuanto sabemos que nos están mintiendo, la gente podría darse cuenta y enfadarse. Podríamos tener problemas serios interpersonales. Hay varias técnicas y en general lo que se aconseja es dejar pasar varios días e intentar obtener pruebas de la mentira. También se puede hacer alguna pregunta sutil que haga reflexionar al mentiroso sobre el camino que está emprendiendo.

Todo el mundo miente

Desde que me instalé el polígrafo me sucedieron multitud de anécdotas difíciles de resumir en pocas líneas. Intentaré ser breve, pero por ejemplo, una vez mi madre me dijo que me sentaba muy bien una camisa y no lo decía en serio. También pillé mentiras de mis compañeros de trabajo. Algunas inocentes, pero otras intentaban ocultarme sus avances en ciertos campos, tal vez para que yo me relajara. Pero yo no me relajo nunca.

Es sorprendente la de mentiras que dice la gente cotidianamente. Unas podrían calificarse como mentiras piadosas, pero otras son sencillamente absurdas. Mienten sin necesidad, tal vez porque intentan dejar bien su imagen, cuando en realidad mentir rara vez te deja en buen lugar. Especialmente cuando te pillan.

Otras veces se miente para ocultar cosas que se han hecho mal o para evitar ser juzgado. Si los humanos dejáramos de juzgar, acabaríamos con muchas mentiras. Tal vez por eso, alguien muy sabio dijo que no juzgásemos a los demás. Lo más curioso es que muchas veces el que miente imagina esos juicios bastante más severos de lo que serían en realidad. O sea, en esos casos el mentiroso miente para evitar algo que no va a suceder: miente porque él ya se ha juzgado y se ha condenado de forma más dura que las personas a las que miente. Por raro que parezca, las personas mienten más a los que más les aman. Deberíamos recordar que la gente que nos ama, no serán duros juzgándonos, porque casi siempre nos aman a pesar de conocer bien cómo somos.

Pero hay muchos motivos para mentir. También se miente para halagar, para darse importancia, para cubrir una mentira anterior o para adaptarse a nuestra compleja sociedad llena de normas, cotilleos y estereotipos.

La verdad es un tesoro

Conforme me iba dando cuenta de lo mentirosa que es la gente, más valoraba la sinceridad y, por tanto, empecé a ser yo mismo más sincero. Dejé de decir mentiras, incluso las piadosas. Primero descubrí que no es necesario dar mi opinión sin que me la pidan. El colmo es cuando además, mentimos solo para agradar. Descubrí que cuando digo mi opinión, desde la humildad y desde el corazón, mis amigos no se ofenden. Es solo mi opinión, no la verdad absoluta (a veces se lo aclaro).

Un día mi esposa me preguntó:

—¿Cómo me queda este vestido?

Eso es siempre una pregunta trampa. Un hombre normal, se equivocará el 98% de las veces, diga lo que diga. Si dice que es precioso la mujer pensará que lo dice para agradar; y si dice que no le gusta se meterá en una lotería que depende de lo que ella piense del vestido. Si a ella no le gusta, entonces pensará que el hombre ha dicho que no le gusta porque sabía que a ella no le gustaba y que, por tanto, está mintiendo. En cambio, si a ella le gusta el vestido, pensará que el hombre no tiene ningún gusto. Es decir, como marido, haga lo que haga es fácil estar perdido ante preguntas como esa. ¿Qué es lo que hice para salir victorioso? Dar mi opinión, pero dejando claro que es mi opinión y que no es «la verdad». Según eso, yo creo que son erróneas expresiones como «es precioso» o «es horrendo». En cambio, es más acertado decir «a mí me gusta mucho» o «a mí no me gusta mucho». En todo caso, usar expresiones de las acertadas no modifica la probabilidad de meter la pata.

La gran mentira

Un sábado mi esposa dijo que se iba con unas amigas a dar un paseo, pero mi detector de mentiras me avisó de que no era cierto. Entonces le pregunté por dónde estarían, quiénes irían… y a todas las preguntas contestaba con seguridad aparente, pero mi polígrafo me dejaba claro que mentía en todas ellas. ¿Qué estaría ocultando?

Al día siguiente quedé para jugar al tenis con mi mejor amigo. Él se acababa de implantar unas rodillas articuladas de titanio y realmente era espectacular su forma de moverse. Esas rodillas incorporan varios nano motores de alta potencia que facilitan el movimiento ganando en velocidad y precisión. Sin duda, él hizo un partido magnífico, mejor que antes de la operación.

Al terminar, nos fuimos a tomar algo y allí, en la cafetería del polideportivo, le conté que mi esposa me engañaba, pero no le dije cómo lo sabía. Para mi sorpresa, él empezó a excusarla y dar argumentos para demostrarme que yo me equivocaba. Era mi mejor amigo y yo hubiera aceptado mi error si no fuera porque mi polígrafo me estaba indicando que él también mentía. Entonces, sin acusarlo de nada hice una pregunta clave:

—Mi esposa quedó ayer con alguien cercano, seguramente un amigo mío. ¿Sabes quién puede ser?

—Eso es imposible. Por supuesto, yo no sé nada.

Nuevamente, el polígrafo afirmaba que mentía. Lo cual indica que es falso con una probabilidad del 99.2%. Me mordí la lengua hasta sangrar lágrimas. Le dije que estaba muy cansado, pagué la cuenta y nos fuimos.

Al llegar a casa, estallé. Le dije que sabía con quién había quedado el día anterior. Ella lo admitió y quiso darme explicaciones. No obstante, yo no quería aceptar explicaciones ni excusas. Yo confiaba en ella y me había traicionado. Cualquier excusa no podría reparar el daño. Por muy buen pegamento que tengas, un jarrón roto no quedará igual que antes de romperse.

No podía quedarme en casa pegándonos voces mutuamente, por lo que salí corriendo y me fui a un hotel. Le pregunté al recepcionista si la habitación era silenciosa y me dijo que sí, pero yo sabía que mentía. Al salir de la ducha tenía varias llamadas perdidas de mi esposa y de mi amigo. Apagué el teléfono. Intenté sin éxito dormir. Culpé al ruido de la calle, pero eran los chirridos de mis neuronas, mi estrés interior.

Al día siguiente vagué por la ciudad como zombi mareado. No tuve fuerzas de ir a mi laboratorio a trabajar. Estaba hundido. Todo mi mundo se había derrumbado y yo intentaba sobrevivir saliendo medio muerto entre los escombros. Yo la amaba de verdad, pero no podía continuar con alguien que ya no me amaba. No soporto las mentiras, ni la vida sin ella.

Llegué de nuevo al hotel y el mismo recepcionista de la noche anterior me dijo: «Que pase usted buena noche». Lo sorprendente es que también me saltó el polígrafo. ¿Estaba mintiendo el recepcionista al desearme buenas noches? ¿Por qué no querría que yo pasara buena noche? ¿Sería porque me quejé del ruido por la mañana para que me cambiaran de habitación? ¿O tal vez el polígrafo estaba mal y todo había sido un error?

El polígrafo tiene un sistema de autochequeo por Internet. Visualizas unos vídeos en los que puedes comprobar si el sistema funciona o no adecuadamente. Lo comprobé y, por desgracia, todo funcionaba bien. Además, cuando le dije a ella que había estado con mi mejor amigo ella lo admitió. O sea, ya no necesitaba que el cacharro funcionara bien. Tenía su propia confesión.

Pasé otras dos noches en vela y a la cuarta caí rendido. Por fin pude dormir como nunca antes. A media tarde me desperté y encendí el teléfono, el cual me deseó feliz cumpleaños. Era cierto, era mi cumpleaños y tenía multitud de llamadas perdidas y de mensajes pendientes. Apagué el teléfono antes de que alguien me llamara. No quería hablar con nadie. Tenía derecho a querer estar solo con mis pensamientos, en mi cueva. Y así pasé otra noche más sin dormir hasta que a las 5 de la mañana salí a despejarme paseando entre brumas por una ciudad aún vacía.

Los charcos reflejaban la luz de las farolas y mirando el rielar de la luz comprendí que estaba preparado para morir. La vida había dejado de tener sentido para mí. Seguí caminando mientras pensaba una forma adecuada de suicidio. Por alguna razón, mis pasos sin dirección me llevaron a una zona conocida. Estaba enfrente de mi cafetería preferida. Pensé que sería bueno tomarme, por última vez, ese gran capuchino vegano con canela que tan primorosamente preparaba Pablo. Al entrar, Pablo me saludó como siempre, con una gran sonrisa:

—¡Hola! ¿Cómo te va? ¿Te pongo lo de siempre? ¿Con extra de canela?

—Sí, por favor… —contesté con desgana.

Tan rápido como siempre, me sirvió el capuchino y me siguió hablando:

—¡Oye! Felicidades por tu cumpleaños de ayer.

—¿Cómo lo sabes, Pablo?

—Yo lo sé todo —dijo riéndose.

—Siempre me sorprendes…

—¿Qué tal salió la fiesta?

—Ahí te equivocas. No hubo fiesta.

—¿Cómo que no hubo fiesta? A mí no puedes engañarme. ¡Claro que hubo fiesta!

—Que no, que no. Nada de fiesta, ya te digo —negué repetidamente.

Por alguna razón, la cara de Pablo expresaba una sorpresa mayúscula y yo quise aclararle un poco las cosas:

—Pablo, no es tan raro que yo no haga fiestas en mi cumpleaños. No me gustan mucho las fiestas a decir verdad. Además, he tenido un problema muy gordo.

—Ya, pero… tu mujer…

—Exacto, un problema con mi mujer… ¿Tú sabes algo? —le pregunté intrigado al ver que había sido él quien había sacado a mi mujer en la conversación.

—No, yo solo sé lo de la fiesta.

—Pablo, te he dicho que no hubo fiesta. ¿De qué fiesta me estás hablando?

—Tu mujer y tu amigo estuvieron aquí el otro día porque te estaban organizando una fiesta sorpresa para tu cumpleaños. Querían encargarme una tarta de esas de chocolate que te gustan.

—¿Qué me estás contando? ¿Qué día vinieron exactamente?

—¿Qué día vinieron? Pues… el sábado —contestó tras titubear un poco.

—¡El sábado es el día que me mintió! —exclamé yo y salí corriendo pidiendo que me apuntara el capuchino.

La cara de Pablo dejaba claro que no se había enterado de nada; pero para mí había sido una gran revelación. Mi esposa y mi mejor amigo habían quedado para organizarme una fiesta sorpresa. Entre ellos no había nada y cuando les aclaré el error, ambos me perdonaron. Estoy rodeado de personas fantásticas.

Al día siguiente me quité el implante del polígrafo CatchLiar. El aparato no detecta las mentiras porque la verdad es relativa. Lo que detecta es la sensación de estar ocultando algo. Prefiero que me mientan a volver a pasarlo tan mal como aquellos días en los que casi entrego la vida.

En realidad, una relación debe siempre basarse en la confianza mutua. Si no hay confianza, la relación es muy débil. Si esa confianza se basa en la imposibilidad del engaño, entonces ¿cómo sabemos si nuestra pareja no nos engaña porque nos ama, o bien, porque no tiene posibilidad de engañarnos? Es una pregunta que solo desde la confianza se puede contestar.

Los políticos de todos los partidos vieron que el polígrafo CatchLiar estaba descubriendo sus mentiras, sus fraudes y su corrupción. Rápidamente, el congreso del país aprobó por unanimidad prohibir todo polígrafo, o similar, que pudiera inventarse; y mandó que todo el que lo tuviera ya implantado se lo desinstalara y se destruyera por completo. Por fortuna, yo ya me lo había eliminado del cuerpo y no me afectó la ley. Sin embargo, el aparato aún lo tengo en casa, pues nadie del gobierno vino a pedírmelo.

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