Luis Miguel es, sin duda, el más divertido de mis amigos. Tiene cinco hijos y es matemático. Suele decir que tiene una familia compleja, porque los problemas son reales y la felicidad imaginaria.
La última vez que lo vi, nos estuvimos riendo hasta el dolor (y también hasta del dolor). Se despidió pronto porque al día siguiente tenía que hacer un largo viaje:
—Tengo que llevar un montón de cajas a casa de mis padres. Está la furgoneta llena, salvo los asientos del conductor y del copiloto.
—Son muchas horas. ¿Vas solo?
—Pues verás… Les dije a mis cinco hijos que uno de ellos podría acompañarme para visitar a los abuelos. Para decidir quién sería el afortunado, les puse un problema de matemáticas. Nada complicado. El primero que resolviera el problema, me acompañaría en el viaje.
—¡Qué ocurrencias! —exclamé—. ¿Quién fue el que consiguió solucionar el problema antes que los demás?
—Tras media hora, nadie lo había resuelto. Entonces, me enfadé con ellos. Era un problema sencillo. Yo no podía entender que fueran tan torpes. Les dije que todo se resolvía planteando un simple sistema de ecuaciones. Después de darles unas cuantas voces, mi hijo pequeño me aclaró: «Papá, el problema lo hemos resuelto todos en cinco minutos, pero es que ninguno queremos ir».
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