Tren de esclavos

Te quise mandar un mensaje desde el dolor y la rabia. Entonces, esperé. Tal vez, demasiado. Ahora es tarde, como también lo fue antes. Siempre es tarde para evitar lo inevitable. Sin embargo, no puedo transformar mi dolor en aceptación.

Nunca fue fácil la vida de nuestros pueblos. Hemos encharcado esta tierra con nuestra sangre, simplemente por orgullo, o por comer primero. Nos costó entender que las demás tribus eran tan hermanos como nosotros, y que merecíamos paz con ellos. Y entonces, llegaron los blancos. Para mí, eran las tribus más raras que había visto. Sus vestidos eran ceñidos y sus lanzas escupían metal. Me esforcé por sentirlos también como hermanos.

Llegaron y se asentaron por familias, sin hacer daño. Se apropiaron de unos pedazos de tierra sin importancia. Plantaron comida. Hablaban raro. Y no querían aprender nuestra lengua ni enseñar la suya. Luego, llegaron más, montaron gigantescos tipis de madera y abrieron agujeros en junto al río. Los que quisieron echarlos, murieron.

Vinieron y vinieron. Infinidad. Montados en una larga serpiente de hierro domesticado. Al principio, se quedaron donde el valle comienza, y el chamán falló su vaticinio. Daba advertencias optimistas y ambiguas, que cambiaban con cada tirada de huesos.

Con curiosidad, yo me acercaba para observarlos de lejos. Y cuando conté lo que vi, no me creyeron. Donde llegaba el hombre blanco, las tribus eran expulsadas. Aquellos hermanos que se oponían, pagaban desangrados. A muchos los montaron atados en el maldito tren. Jamás volvieron. Otros extrajeron la tierra a latigazos.

En poco tiempo, no sé cuánto, llegaron en masa. Se llamaron colonos de la tribu de los ingleses. Otros lo negaron a gritos. Todos eran blancos, iguales para mí. Iguales en su piel y en su mente. Me dijeron que el tren era «modernidad». Querían decir que era algo nuevo y bueno. En cambio, no supieron decirme qué era lo bueno. Correr no. Antes del tren había paz entre los blancos. Luego, peleas entre ellos y sangre diaria entre todos.

El convoy se lleva nuestra tierra y lo que sale de ella. Oro y comida. Partieron el valle en dos, para llevárselo poco a poco. Venía cargado de personas y volvía repleto del mismo valle de nuestros ancestros. Cuando lo entendimos, fue tarde. Tan tarde como siempre fue. También se llevó la sangre inútil de mi tribu.

Pocos años han pasado de aquello y ya todos lo han olvidado. Todos, menos los pocos viejos que aún vivimos. Mis hermanos ahora usan el tren para viajar rápido más allá de las montañas. Van y vuelven. Dicen que «comercian», como si fuera algo bueno. La mina ensució el río donde nos bañábamos de niños. Y allí donde veíamos águilas y serpientes, ahora hay solo sembrados. Lo que hemos perdido, el ferrocarril se lo ha llevado. Y los que aclaman al tren, nunca lo traen de vuelta.

♣ Otras vidas:

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