Andén vacío
El metro es una vía de paz. Todos llevamos la máscara de bueno en el bolsillo. Educadamente, nos la pegamos sin protestar. La calma se desparrama con el natural traqueteo. Nadie la pisa. El móvil atrae las miradas. El paisaje menos. Los libros ya casi nada.
Lo mejor es bajarse en un andén vacío. Sin careta, puedo ser yo mismo, aunque decida seguir siendo otro, por comodidad.
Una catástrofe en oferta
La gasolina sigue siendo barata, digas lo que digas. Producir un cataclismo planetario es muy económico. Ahora bien, con mi sueldo pospandemia, no puedo pagar ni gota de diésel. Me he pasado a la bici. El autobús y el metro también ayudan… a todo, al planeta. Gracias a mí, viviremos bien unos segundos más mientras el colapso va disolviendo las cenizas de nuestros cimientos tras quemarlos en motores sobre ruedas.
Reflejo
No tenía coche. Mi padre me llevaba siempre en transporte público. Desde entonces, juego a mirar mi reflejo sobre el paisaje de fondo. Fijo la atención en mis ojos, como si aquel quisiera hipnotizarme. La vista pasa por detrás y se difumina. Los túneles aclaran la imagen al oscurecer el fondo.
—Ese soy yo —decía de pequeño.
Ahora sé que no. No sé quién soy, pero sí quién no soy.
Obras
La estación estaba desconocida, con montones de tierra y operarios con casco. El tren andaba despacio. Y despacio se abrieron las puertas. Entramos a empujones y trompicones. El tren arrancó con las puertas sin cerrar. Lento, sin peligro. Caras de asombro. Y de miedo. Ojos expectantes. Silencio extraño. Dos minutos para entrar en el túnel y para empezar a cerrarse.
Salté y aprendí a caminar.
Historias Incontables 
[…] 4 microrrelatos sobre transporte más o menos sostenible. […]
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